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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Nieves le contestó, armándose de la mayor firmeza que pudo: Mira, papá, yo hablaría contigo de muy buena gana sobre ese asunto, y muy despacio, porque lo merece bien, como has dicho; pero no me atrevo, no ... Soy una mozuela sin experiencia y sin arte... Tengo acá mi modo de ver y mis ideas... pero nada más: en mis adentros y a solas, me lo explico y lo siento bien; y si me pongo a explicártelo a ti, temo decir lo que no debo y callarme lo que debiera decir... Es falta de costumbre... y de valor. ¿No te parece esto muy natural?...

Pude revelároslo al despedirnos, pero como me dijisteis que era este el término de vuestro viaje, preferí callarme y daros una sorpresa, antes de que volváis á encerraros entre las cuatro paredes de vuestra celda. Pero ante todo, os he hecho llamar para haceros un encargo, mejor dicho, para pediros un servicio. ¿Qué deseáis? ¡Cuan poco galante sois! Pero en fin, no me extraña.

No: ¡si he salido yo casi al mismo tiempo que Vd.! Nada ocurre; pero quiero que hablemos. Entró doña Manuela en la botica, esperola él a la puerta, y apenas la vio salir, continuó de este modo, mientras ella le seguía dócilmente: Vámonos ahí al lado, al pórtico de San Isidro. Y subieron las escaleras de la iglesia. Mire Vd., madre, yo no quiero callarme: estoy disgustadísimo.

Hizo él al oírla un gesto, que equivalía a un ¿por qué?, y prosiguió la vieja: Misté, don Pepito, la verdá, me han dao intenciones de callarme, porque... Vd. ya lo sabe, en deciocho años que yevo aquí, mayormente nunca me he metió en . Pero... en fin, que me da lástima de Vd. ¿Qué ocurre? ¡Hable Vd!

Figúrense ustedes cómo me habría quedado yo, si Amaranta hubiera cogido el pico de Mulhacén, es decir, el monte más alto de España... y me lo hubiese echado encima. Pues lo mismo, señores, lo mismo me quedé. ¿Qué podía yo decir? Nada. ¿Qué debía hacer? Callarme y sufrir.

Deseaba seguir vociferando, y tuve que callarme, pues la mandíbula se me caía sobre el pecho... Está en el cementerio. Y fuimos al cementerio.

Quise escribírselo a usted, pero luego, temiendo alguna posible indiscreción preferí callarme... Vino al mundo el niño; era hermoso y fuerte, fue recibido con alegría inmensa y yo le he amado locamente... También Princetot estaba loco por él... Pero cuando comenzó a crecer y su semejanza con usted se me hizo cada vez más visible, un gran temor se apoderó de mi alma.

¡Ay! ¡Cuán mala soy! ¡Qué cosas le he dicho a este pobre niño! A ver, levante usted la cabeza; míreme de frente; diga que me perdona... ¡Esta maldita manía de no callarme nada!

Y para que veas lo extraño y contradictorio de mi condición, o más bien lo extraño y contradictorio de la decaída condición humana, mi alma, que tan altos propósitos tuvo y que a tan alta misión quiso consagrarse, se dejaba arrastrar de sus regocijados ímpetus, de su perversión bondadosa y de su liviandad inveterada, hasta el extremo de buscar y de forjar aventuras como la que te conté ya del paraguayo y como varias otras que he tenido después y sobre las cuales prefiero callarme.

¡No, no quiero callarme! ¡No puedo!... ¡Le amo, soy suya! ¡Cállese! la ordené una vez más. ¡No, no quiero callarme! ¡Le amo, y a ti te odio y te desprecio! ¡ me has hecho tanto mal, que tengo derecho de desquitarme por fin! ¡Nadie puede condenarme!... ¡Cállate!... la intimé por tercera vez. ¡No, no puedo callarme! Aunque me condenen, ¿qué me importa?

Palabra del Dia

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