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Actualizado: 18 de junio de 2025
En el mayor acontecimiento de nuestra historia, en la realización, por desgracia harto poco duradera, de la más alta aspiración patriótica de los españoles, D. Cristóbal de Moura interviene con pasmosa y feliz eficacia.
Los que abajo hacían el gasto tomando café ó chocolate, sentían en los momentos agitados de la polémica un estruendo espantoso en las regiones superiores, de tal modo, que algunos, temiendo que se les viniera encima el techo con toda la mole patriótica que sustentaba, tomaron las de Villadiego, abandonando la costumbre inveterada de concurrir al café.
Ya desde entonces se dedicaban con preferencia a esta patriótica tarea de arreglar al país los hombres sin oficio ni ganas de aprenderlo, que sentían la irresistible vocación del empleo lucrativo. Algunos lo hacían también por cierta desavenencia ingénita con el poder público, y los menos por exaltación de ideas o por leal deseo de labrar el bien de la muchedumbre.
«... Si es verdad, como tengo entendido, que merced a la iniciativa patriótica y generosa de un respetabilísimo personaje de esta villa, se prepara el advenimiento a ella del cuarto poder de los estados modernos.
No tanto como en el ejercicio de un derecho, cuanto en cumplimiento de un deber, cada cual debe disputarse la satisfacción patriótica de ser de los primeros en formar parto de la legión de honor que libre á la República del bárbaro atentado que se le hace por los que dan testimonio de no detenerse ante lo que es más digno de reverente veneración.
En un artículo «transitorio» se decía que «la Junta pedía y reclamaba de los villaverdinos que decorasen por el día e iluminasen por la noche el frente de las casas». Pero a pesar de los esfuerzos del H. Ayuntamiento y de la R. Junta Patriótica, presidida por el eterno don Basilio, nadie correspondió a tan cortés invitación.
¿Qué hay? dijo éste acercándose é interrumpiendo una patriótica y barberil alocución que había comenzado. Que vaya usted en seguida á sangrar á don Liborio que está muy malito. Demonio de enfermo: mañana le sangraré. No puede esperar: vaya usted pronto exclamó el criado. Señores, ¿qué hago? preguntó el barbero á sus amigos. No vayas, Calleja: que se sangre él solo.
Pero lo que no hizo en su ánimo la idea patriótica de contribuir al renacimiento del espíritu nacional, mediante el movimiento industrial bien dirigido, lo hicieron los ojos, y más eficazmente las carnes de Marta, que poseían una virtud magnética sobre los sentidos de Nepomuceno.
Martí salió enseguida para Cayo Hueso, siendo acompañado en su viaje, desde Tampa, por representantes de los Clubs «Ignacio Agramonte», y «La Liga Patriótica». El 25 de diciembre llegó, mal de salud, al Cayo. No obstante, habló varias ocasiones, arrebatando al auditorio, hasta que ya, verdaderamente enfermo, le prohibieron los médicos que saliera de su habitación.
Cuando «había hule» y llegaba un telegrama anunciando la terrible cogida de un torero de la tierra, la emoción y la solidaridad patriótica ablandaban a los respetables senadores, hasta el punto de participar a cualquier transeúnte amigo el importante secreto. La noticia circulaba instantáneamente por los cafés de la calle de las Sierpes, y nadie la ponía en duda.
Palabra del Dia
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