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Actualizado: 25 de junio de 2025


Por si acaso; léela aquí, por si tienes que contestar en seguida o dejar algún recado; ¿no comprendes? De Pas hizo un gesto de indiferencia y leyó la carta. Leyó en alta voz. Otra cosa hubiera sido despertar sospechas. No estaba su madre acostumbrada a que hubiera secretos para ella. «Además, ¿qué podía decir la Regenta? Nada de particular».

Un día de revolución un patriota le había dado el ¡quién vive! en las afueras, cerca de la noche. De Pas rompió el fusil de chispa en las espaldas del aguerrido centinela, que le había querido coser a bayonetazos, porque no se entregaba a discreción.

De Pas nunca dejaba de ser el Magistral; pero demostraba, sin más que moverse, sonreír o mirar, que el prebendado, sin dejar de serio, podía ser hombre de sociedad como cualquiera. Uníase esta gracia a las cualidades físicas de que estaba adornado, a su fama de hombre elocuente, de gran influencia y de talento, y, como decía la marquesa de Vegallana, «era un cura muy presentable».

La escribió sin que lo supiera Quintanar, que le tenía prohibidos toda clase de quebraderos de cabeza. De Pas visitaba a menudo a la Regenta, y estaba encantado de los progresos que la piedad más pura hacía en aquel espíritu.

De Pas se acercó al facistol, hojeó los libros grandes del rezo y hasta solfeó un poco en voz baja, leyendo la música señalada con notas cuadradas, de un centímetro por lado. Todo estaba bien. Los órganos allá arriba extendían su lengüetería en rayas verticales y horizontales, deslumbrantes; parecían dos soles cara a cara.

, mon vieux. Lo estimo, lo amo. Con el amor no se badina pas. Si me quieres, sea; pero no has de atormentarme con celos; has de ser amigo del pobre Jules. Y si no, la puerta está abierta. Será lo mejor. Voil

No hace falta contestó De Pas, horrorizado ante la idea de que le vieran en sotana. Y sin perder un ápice de su dignidad, de su gravedad ni de su gracia, subió como una ardilla al travesaño más alto, mientras el manteo flotaba ondulante a su espalda. Perfectamente dijo metiendo los brazos por donde poco antes había introducido los suyos Mesía. Aplausos en la multitud.

¿Cómo mayor, señor De Pas? ¿Querrá usted saber más que la ciencia? Ya le he dicho a usted lo que la ciencia opina: segundo: que es un crimen de lesa humanidad.... ¡Oh! ¡Si yo cogiera al curita que tiene la culpa de todo esto!

Al entrar en el salón la Regenta, De Pas interrumpió una frase pausada y elegante, porque no pudo menos, y se inclinó saludando sin gran confianza. Detrás de Ana apareció Mesía, que traía la mejilla izquierda algo encendida y se atusaba el rubio y sedoso bigote. Venía mirando al frente, como quien ve lo que va pensando y no lo que tiene delante.

Pero otras veces, las más, era el recuerdo de sus sueños de niño, precoz para ambicionar, el que le asaltaba, y entonces veía en aquella ciudad que se humillaba a sus plantas en derredor el colmo de sus deseos más locos. Era una especie de placer material, pensaba De Pas, el que sentía comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente.

Palabra del Dia

rigoleto

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