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Actualizado: 25 de junio de 2025


Todos los vecinos dijeron que Fermín era hijo del cura, quien dotó al ama con buenas peluconas. Francisco De Pas no era interesado; siempre había tenido intención de casarse con Paula, pero los vecinos le habían llenado el alma de sospechas y espinas, y él, creyendo que podía el cura estar riéndose de un licenciado, hizo lo que hizo.

De Pas, como si su voluntad dependiese de la máquina del reloj, se decidió de repente y tomó por la calle de la derecha, cuesta abajo; por la que más pronto podría volver al Espolón. Se olvidó de su madre, de Teresina, del cognac, del Obispo; no pensó más que en los coches del Marqués que debían de estar de vuelta.

Las miradas más ardientes, más negras de aquellos ojos negros, grandes y abrasadores eran para De Pas; los adoradores de la viuda lo sabían y le envidiaban. Pero él maldecía de aquel bloqueo. «Necia, ¿si creerá que a se me conquista como a don Saturno?». A pesar de esta cordial antipatía, siempre estaba afable y cortés con la viuda, porque en este punto no distinguía entre amigos y enemigos.

La Iglesia es así, pensaba De Pas, con la cabeza apoyada en las manos y los codos sobre la mesa, olvidado ya del Papa infalible; la Iglesia proclama la humildad y es humilde como ser abstracto, colectivo, en la jerarquía, para contener la impaciencia de la ambición que espera desde abajo.

«¡Quién se lo hubiera dicho! después de haber hecho su fortuna en América, ahora en el país natal, sin moverse de casa, podían ganar fácilmente el cielo. ¡Habían nacido de pies!». Según De Pas, los malvados eran otros tontos, como los herejes. Y también aquello era mecánico, también lo demostraba por a+b.

Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil. Era muy blanco y fino el cutis, que una emoción cualquiera teñía de color de rosa. Por consejo de don Robustiano, el médico, De Pas hacía gimnasia con pesos de muchas libras; era un Hércules.

Y don Fermín de Pas llegó al caserón de los Ozores, vio a don Tomás Crespo desaparecer por la plaza, entró en el portal y se decidió a saludar a don Víctor, que abría la puerta, y subió con él; y estaba dispuesto a hablarle, a preguntarle, a aconsejarle... a insinuarle la venganza necesaria... y no sabía cómo empezar.

Me lo ha dicho quien vio por sus ojos a doña Anita entrar en la capilla de don Fermín y a don Fermín salir sin saludar a la Regenta. Pues yo los he visto saludarse y hablar en el Espolón. Es verdad gritó un tercero yo también los vi. De Pas iba con el Arcipreste y la Regenta con Visitación. Es más, el Magistral se puso muy colorado. ¡Hombre, hombre! exclamó el ex-alcalde fingiendo escandalizarse.

De Pas tenía un proyecto: casar a Olvido con quien él quisiera; creía poder conseguirlo; pero aún no había candidato; aquella proporción debía ser el premio de algún servicio muy grande que se le hiciera a él, no sabía cuándo ni en qué necesidad fuerte. Aquella mañana se le recibió en el hotel Páez como siempre, bajo palio, según la frase de don Francisco.

Pero ni De Pas ni Mesía estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a ninguno se le acercaba la hora del triunfo. Esta mujer decía don Álvaro es peor que Troya. El remedio ha sido peor que la enfermedad pensaba don Fermín.

Palabra del Dia

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