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Actualizado: 25 de junio de 2025


¡Pues corro á buscarlo yo mismo, para que lo castiguéis cual se merece quien de tal suerte ofende á mi buen parroquiano, el señor Oscar Reginaldo Bombardón de Pelisier! ¡Pas si vite, mon ami! Yo sabré buscarlo en su día. Imaginaos el destrozo que sufriría vuestra hacienda si ese gigante y yo trabásemos aquí descomunal combate.

En medio de sus errores, Fermín de Pas despierta simpatía, como todo atleta a quien se ve luchando por sostener sobre sus espaldas un mundo de exorbitante y abrumadora pesadumbre.

Sin disimular apenas, disimulando muy mal su dolor que era el más hondo, el más frío y sin consuelo que recordaba en su vida, salió De Pas de la sacristía, y anduvo por las naves de la catedral vacilante, sin saber encontrar la puerta.

En uno de sus movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago; y discretamente, se levantó y volvió a sus paseos.

De Pas no sabía sonreír de aquella manera; la blandura de sus ojos no servía para tales trances, y contestó mirando con chispas de que él no se dio cuenta... ni Ana tampoco. Estaban en la entrada del Espolón, el paseo de los curas, según antiguo nombre. Allí se apeó don Fermín entre lamentos de doña Petronila.

Y además, ¡habían hablado de tantas cosas! Don Fermín estaba satisfecho de su elocuencia, seguro de haber producido efecto. Doña Ana jamás había oído hablar así. «Aquel anhelo que sentía De Pas, antes de conversar en secreto con aquella señora, había sido un anuncio de la realidad.

De Pas se detuvo, se volvió, le miró desde arriba con lástima y disimulando la ira, y le dijo lo menos malo de cuanto se le ocurría: Parece mentira que sea usted cazador. Soy cazador en seco, compadre, pero esto es el diluvio, y un bombardeo... y las arañas se me meten en el estómago... y sobre todo a me gustan las acciones heroicas que tienen alguna utilidad.

Tal vez porque sabía que el remedio de aquella separación estaba en sus manos. ¿No podía ella, el día tal vez próximo, en que necesitara consuelo espiritual, correr al confesonario y persuadir al confesor, a don Fermín, de que ella no era lo que él se figuraba?». Y acaso debía hacerlo cuanto antes. «¿Por qué había de estar pensando De Pas lo que no había?

El Gran Constantino sabía ya por su querido y admirado señor De Pas, quien la visitaba más a menudo ahora, que doña Ana deseaba ayudarla en sus santas labores y en la administración de tantas obras piadosas como ella dirigía y pagaba sabiamente. «¿Cuándo viene por acá ese ángel hermosísimopreguntaba el Obispo madre, en estilo de novena, cargado de superlativos abstractos.

Y mientras se alejaba iba diciendo: Y estos son los liberales que quieren hacemos felices.... Y ahora rabian porque no les dejan decir esas picardías en los periódicos.... Conversaciones de este género las había a diario en Vetusta; en el paseo, en las calles, en el Casino, hasta en la sacristía de la Catedral. De Pas sabía todo lo que se murmuraba.

Palabra del Dia

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