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Actualizado: 22 de junio de 2025


Otro tanto se infiere respecto de la basílica de S. Andrés de una lápida de mármol blanco, sumamente curiosa, que aun conserva la parroquia del mismo nombre en la haz interior de su pared septentrional.

Algunos cantores de los campanilleros llegaron á adquirir cierta celebridad, no sólo en la hermandad á que pertenecían, sino en todo el barrio, principalmente en los tiempos en que más en auge estuvieron, entablándose en no pocas ocasiones competencias muy empeñadas entre los cantores de una parroquia y los de otra, competencias de las cuales resultaron algunas veces disgustos y altercados.

La colocó en la mano de Silas y se apresuró a salir de la choza para alcanzar al señor Kimble. No; esa mujer no es la que encontré dijo cuando se le reunió . La niña es preciosa; parece que el viejo la quiere guardar; es extraño en un avaro como él. Le he dado una bagatela para ayudarlo. No es probable que la parroquia se empeñe en querer quitársela.

Puede haber sido dependencia de la parroquia; pudiera quizás tambien haber servido de asilo á algunas religiosas ahuyentadas de su monasterio de la Sierra cuando las del monasterio Tabanense, entregado á las llamas, se refugiaron asimismo en una casa contigua á la basílica de S. Cipriano.

Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy.

A la mañana siguiente trajéronle el correo; venía una carta de Segura, pueblecillo célebre por sus quesos, escondido en el rincón más áspero de las montañas de Guipúzcoa; en ella decía: ¡Mentecato! Subióle dos grados la fiebre, y mandó llamar al cura de la parroquia: se quería confesar. Fin de libro tercero Libro IV

Noches había en que no se daba la moza punto de reposo en colmar tazas, ni las mujeres en entrar, comer y marcharse para dejar a otras el sitio: allí desfilaba sin duda, como en mesón barato, la parroquia entera.

Ya comprenderá usted que en una parroquia tan extensa como ésta no han de ser cortos. Pero D. Miguel perdonará muchos de ellos replicó la señora, con una leve inflexión cómica en la voz. Es posible, señora. Por mi parte, no lo he visto repuso con perfecta ingenuidad el excusador. D. Narciso y D. Joaquín, el capellán de la señora de Barrado, cambiaron una rápida mirada significativa.

El squire había estado acostumbrado toda su vida, a recibir el homenaje de todas las gentes de la parroquia y a pensar que su familia, sus copas de plata y todo lo que le pertenecía era lo más antiguo y lo mejor; y como no frecuentaba nunca a la burguesía de esfera más elevada que la suya, su opinión no admitía cotejo.

No confesaba en Peñascosa sino a media docena de veteranos de la guerra civil. Los demás feligreses se repartían entre los capellanes adscritos a la parroquia: las cuatro quintas partes de las damas confiaban el fardo de sus flaquezas al irresistible D. Narciso. D. Miguel no sentía el menor desabrimiento por esta preferencia.

Palabra del Dia

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