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Actualizado: 2 de junio de 2025
Volver a Saint-Pair en aquel bonito carruaje y en tan elegante compañía era una de esas satisfacciones de vanidad pueril que halagaban más que nada a su frívola cabeza. Dio señales de agradecer mucho la atención, y cuando se pararon en la verja dijo al joven: Si no tiene usted miedo de una cocina de enferma, le pediré que participe de nuestra comida.
Acariciaba, más le hacía pagar las caricias: «¡Ahora le da el sentimiento al niño! ¡Quieres callarte, tontuelo! ¿Te figuras que estoy yo aquí para templar gaitas? ¡Bueno, bueno, ya empieza el lloriqueo!» Con estas y otras tales expresiones abría la llave de las lágrimas que su mano trataba de secar. Mas no pararon todavía aquí las cosas.
Pasados algunos días, cuando ya Estupiñá andaba por ahí restablecido aunque algo cojo, Barbarita empezó a notar en su hijo inclinaciones nuevas y algunas mañas que le desagradaron. Observó que el Delfín, cuya edad se aproximaba a los veinticinco años, tenía horas de infantil alegría y días de tristeza y recogimiento sombríos. Y no pararon aquí las novedades.
19 Y alzando los querubines sus alas, se levantaron de la tierra delante de mis ojos; cuando ellos salieron, también las ruedas estaban delante de ellos; y se pararon a la entrada de la puerta oriental de la Casa del SE
7 Y vinieron cincuenta varones de los hijos de los profetas, y se pararon enfrente a lo lejos; y ellos dos se pararon junto al Jordán. 9 Y cuando hubieron pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieres que haga por ti, antes que sea quitado de contigo. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble medida de tu espíritu sea sobre mí. 10 Y él le dijo: Cosa difícil has pedido.
Doña Justa y su esposo averiguaron enseguida que el enamorado de Soledad era de buena familia y que estaba bien, es decir, lo referente a su origen y fortuna; pero de sus ideas, sus gustos, sentimientos y costumbres, de lo que más puede influir en el porvenir de una mujer, nada inquirieron, ni pararon mientes en ello.
Tropezaba acá y allá con las gentes, como un caballo desbocado, las lanzaba un gran trecho ó las dejaba caer y seguía corriendo. En pocos momentos llegó al alcázar. Antes de llegar á él vió á Luisa y á Inés que iban envueltas en sus mantos. Pararon un momento. ¿A dónde vais? las dijo con acento amenazador. ¡A misa...! contestó temblando Luisa. ¡A misa! ¿en día de trabajo?...
Eso sí que no lo entiendo dijo Feijoo cayendo en un mar de meditaciones . Caprichos del corazón. Y al levantarse, apoyando las manos en los brazos del sillón, notó ¡ay!, que el cuerpo le pesaba más; pero mucho más que antes. v No pararon aquí las observaciones referentes a su decaimiento físico. Una mañana, al levantarse, notó que la cabeza se le mareaba. Jamás había sentido cosa semejante.
La santa y la placera, ambas con igual ardor, trabajaron por atajar la vida que se iba; pero la vida no quería detenerse, y ante la ineficacia de sus esfuerzos, las dos mujeres se pararon rendidas y desconsoladas. Fortunata miraba con expresión de gratitud a su amiga, y cuando esta le cogía la mano, trataba de hablarle; pero apenas podía articular algún monosílabo. Calladas, se hablaron mirándose.
Saltaron cautelosamente los cercados y finalmente pararon a pocos pies de distancia de un sombrío muro. El desconocido ayudolas a apearse. La confusa y escasa luz de poniente reverberaba en la nieve, y a medida que el guía presentaba la mano a sus bonitas compañeras, cada una de éstas se veía sometida a un examen detenido, aunque respetuoso.
Palabra del Dia
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