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Actualizado: 16 de julio de 2025
Saint-Pair, la Villa Blanca, el mar bretón, la campiña normanda, la Brecha de los Ingleses, la capilla de Santa Ana, ¿era todo eso un sueño, una ilusión, una quimera? Liette estaba a veces por preguntárselo. Un balido quejumbroso y una cabeza rizada que se apoyó en su falda, respuesta indirecta a su pregunta, arrancáronle un suspiro involuntario.
Usted lo verá acompañándonos a la Villa Blanca, donde le haremos los honores. Con mucho gusto, querida señora, en cuanto deje la maleta en el hotel de Francia, donde he tomado una habitación. ¡Cómo! ¿Piensa usted alojarse en Granville? Eso no me impedirá ir con frecuencia a Saint-Pair si ustedes me invitan...
Fuese por la distracción, por el cambio o por el aire vivificante y saludable, nadie hubiera conocido a la agonizante de la víspera, de movimientos cansados, mirada muerta y piernas inertes en la intrépida paseante que se veía con frecuencia en la «Brecha de los Ingleses», en el jardín de la «Villa Blanca», en el casino de Granville y en la playa de Saint-Pair.
El cochero, que había oído la pregunta, designó con la punta de la fusta un campanario nuevo que levantaba su esbelta flecha por encima de los techos en los que dominaba todavía la paja característica de las cabañas. Eso es Saint-Pair y esa la villa Blanca añadió parando delante de una de las bonitas casas construidas en la costa.
En fin, para evitar a la enferma la promiscuidad penosa del hotel, Blanca le ofreció amablemente una deliciosa quinta que llevaba su nombre, que su tío había hecho edificar para ella en Saint-Pair, en el camino de Granville, y a la que la familia debía ir en el mes de agosto.
¿Cómo se había apoderado ese sentimiento profundo y verdadero de aquel estragado que había ido a Saint-Pair con las intenciones menos puras? Raúl era un ser de impulsión más que de razonamiento, esclavo de su imaginación y de sus nervios, tan incapaz de obedecer a fríos cálculos como a la regla austera del deber.
La de Raynal, refractaria a un corto viaje a Amiens, se dejó seducir por la perspectiva de una expedición elegante, rodeada de un lujo y de unas comodidades que halagaban su orgullo de niña mimada, y el joven agregado de embajada obtuvo un éxito de buen agüero para su carrera diplomática. El carruaje dejó las calles tortuosas de Granville y tomó el camino de Saint-Pair.
Volver a Saint-Pair en aquel bonito carruaje y en tan elegante compañía era una de esas satisfacciones de vanidad pueril que halagaban más que nada a su frívola cabeza. Dio señales de agradecer mucho la atención, y cuando se pararon en la verja dijo al joven: Si no tiene usted miedo de una cocina de enferma, le pediré que participe de nuestra comida.
Palabra del Dia
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