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Actualizado: 3 de mayo de 2025
En casa de M. Duperron pasamos la noche en continua alarma, pues M. de Lambert, su yerno, se encontraba de servicio militar en el palacio de Versalles. La esposa, los hijos, toda la familia, en fin, temblaban por su vida. Después de algunos días pasados en Chatou, nos dirigimos a Lyón sin pasar por París, acompañándonos Mme. Montbriand. Esta señora había sido como yo, canonesa de Salles.
Como ya eran muy cerca de las diez y no duraría el funeral menos de dos horas, y los forasteros habían de volver a sus hogares después de comer en el mío, y las tardes eran muy cortas, nos pusimos en marcha inmediatamente, acompañándonos Neluco y también su hermana y Mari Pepa, muy enlutadas. Al viejo Marmitón no le permitimos salir de casa.
Era ya de noche cuando salimos, y el pueblo todo tomó parte en aquella espontánea fiesta de nuestra despedida: millares de luces se encendieron a nuestro paso en balcones y puertas; ninguna mujer dejó de saludarnos desde la reja, ya sin galán, y todos los chicos engendrados por aquella fecunda generación salieron delante de los tambores, acompañándonos hasta más allá de la Puerta Nueva.
Usted lo verá acompañándonos a la Villa Blanca, donde le haremos los honores. Con mucho gusto, querida señora, en cuanto deje la maleta en el hotel de Francia, donde he tomado una habitación. ¡Cómo! ¿Piensa usted alojarse en Granville? Eso no me impedirá ir con frecuencia a Saint-Pair si ustedes me invitan...
3 Y como avistamos a Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y vinimos a Tiro, porque el barco había de descargar allí su carga. 5 Y cumplidos aquellos días, salimos acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la ribera, oramos. 6 Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco, y ellos se volvieron a sus casas.
Palabra del Dia
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