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Dará siempre, en buen hora; pero cuando el público lo ve, da con alarde; más que con alarde, con gala, con orgullo, con engreimiento.

Somos muchos los que soñamos con una biblioteca digital universal de libre acceso es decir accesible desde cualquier navegadora y en cualquier momento. Gracias al Proyecto Gutenberg, al Internet Archive y a otros proyectos, el sueño empieza a hacerse realidad, al menos para los libros del dominio público. Este proceso empezó hace tiempo gracias a los esfuerzos de algunos precursores.

Poco después, don Felipe Pérez y González, al par que comentaba con acierto algunos de los pasajes más oscuros de esta novela, dedicóse con feliz éxito a allegar datos para la vida de su autor, y diólos a conocer en diversos artículos, que publicó en La Ilustración Española y Americana y reimprimió juntos en 1903, con otros de carácter crítico.

Perdió terreno el oficial de día, en día y comenzó a decirse entre los comensales que formaban el público, que tenía una ciencia superficial y que el sobrinito de D. Manuel le ponía muchas veces las peras a cuarto.

Sarapammon y Dioscórides, valiéndose de las llaves del granero público, vendieron casi toda la cebada y el trigo que en él había, y una enorme provisión de lentejas, y cien artabas de arrak, bebida de arroz fermentado de que gustaban mucho los egipcios de entonces.

En la villa de Madrid, a 23 días del mes de Diciembre de 1658 años, para esta información recibimos por testigo a el licenciado Alonso Cano, racionero de la Santa Iglesia de Granada y natural de ella; juró in verbo sacerdotis de decir verdad y guardar secreto; y preguntado al tenor del tanto, dijo: Que conoce a Diego Velázquez, pretendiente, de cuarenta y cuatro años a esta parte y que es natural de la ciudad de Sevilla; conoció a sus padres, que se llamaron Juan Rodríguez de Silua y doña Jerónima Velázquez, naturales de dicha ciudad; conoció al abuelo paterno, que se llamó Diego Rodríguez de Silua, natural que oyó decir haber sido de la ciudad de Oporto, en el reino de Portugal, y no conoció a la abuela paterna, mas tiene noticia della, y que se llamó doña María Rodríguez, así mesmo, natural de la dicha ciudad de Oporto; de los cuales sabe que fueron padre y abuelo del dicho pretendiente, porque a los que conoció los vio tratarse como padres e hijos, y de los que no conoció lo oyó decir por cosa cierta que lo fueron, de los cuales sabe son y fueron habidos de legítimo matrimonio por no haber oído cosa en contrario, y por cristianos viejos, limpios de toda mala raza y mezcla de judío, moro o nuevamente convertido, sin haber oído que ninguno dellos ni sus ascendentes fuesen penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición en público ni en secreto por delito alguno de los contenidos en la pregunta ni por otros.

Y olvidando sus preocupaciones, con el instinto de todo hombre acostumbrado a adoptar una postura soberbia ante el público, erguíase, sacudía con las uñas la ceniza del cigarro caída sobre sus mangas y arreglábase la sortija que llenaba toda la falange de uno de sus dedos, con un brillante enorme envuelto en nimbo de colores, cual si ardiesen con mágica combustión sus claras entrañas de gota de agua.

Todo este público, o estaba sentado en sillas y bancos, formando corros, murmurando, politiqueando, coqueteando o enamorándose, o giraba en torno del quiosco, desde donde sonaba la música, dando vueltas y vueltas, aunque sea pérfida comparación, como mulos de noria.

Y juntos con estos vehículos industriales requisados por la movilización pasaron otros procedentes del servicio público, que causaban en Desnoyers el mismo efecto que unos rostros amigos entrevistos en una muchedumbre desconocida. Eran ómnibus de París que aún mantenían en su parte alta los nombres indicadores de sus antiguos trayectos: Madeleine-Bastille, Passy-Bourse, etc.

Muchos dirán: «¡Qué bien dice el autor lo que tan bien he sentido yo!» Y ¿cómo no ha de apreciar el público un libro que le parecerá escrito por él? Este es, á mi pobre juicio, el triunfo más completo del poeta lírico.