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Actualizado: 5 de mayo de 2025
El cura dijo una misa por el alma de María. Ramón Pérez ató un lazo negro a su guitarra. Rosa Mística dijo a don Modesto: ¡Dios la haya perdonado! Bien dije yo que acabaría mal. Usted recordará que por más que procuraba yo guiarla a la derecha, ella siempre tiraba a la izquierda.
Ni Pérez Galdós, ni Pereda, ni Picón, ni el mismo P. Coloma, que publicó hace poco un nuevo e interesante libro, ni menos aún la Sra. D.ª Emilia Pardo Bazán, necesitan que nadie llame la atención del público sobre sus escritos.
-Eso no lleva camino -dijo el mayordomo-, señora, porque yo conozco muy bien a Pedro Pérez y sé que no tiene hijo ninguno, ni varón ni hembra; y más, que decís que es vuestro padre, y luego añadís que suele ir muchas veces en casa de vuestro padre. -Ya yo había dado en ello -dijo Sancho.
Pues todo queda arreglado. Lee. Sacó del bolsillo una carta y me la dio. Principié a leerla. A cada palabra, una falta de ortografía. No dejé de sonreirme. ¿De qué te ríes muchacho? ¡Ah! Ya me lo imagino.... De los disparates de Castro. Pues no te rías. Castro Pérez es un hombre muy instruido. Lo será; pero no sabe una palabra de.... ¡Hijo! ¡Defectos de la educación antigua!
Durante más de dos siglos, la vigorosísima figura de Lope de Vega quedó oscurecida y sepultada bajo el alud de flores retóricas que, con piadosa intención, derramó sobre ella, en su Fama póstuma, su discípulo y amigo el doctor Juan Pérez de Montalván.
Es Antonio Pérez sin género de duda; es, en conjunto, el privado de Felipe II, tal cual debe de estar en la historia universal: no es todavía el de la historia de España, más severa en el juicio, más obligada á discernir los motivos en que lo sustente.
Ahora bien: ¿por qué son tantos en Villaverde? Don Cosme movía la cabecilla y hacía un gesto de duda, para decir: «¡No lo sé!» Castro Pérez se componía las gafas. Voy a decirlo, ¡porque en esta tierra no tiene porvenir la juventud! ¡Porque los horizontes son obscuros!
Mi sueldo, no siempre pagado con puntualidad, a causa de la mala memoria de Castro Pérez y de mi timidez para reclamárselo, lo que ganaba mi tía con sus flores y sus chiquillos, y lo que Andrés nos daba, era lo único que teníamos. Resolvimos suprimir un platillo en la mesa, y eso que la nuestra no era, por cierto, mesa de banqueros ni de príncipes.
Los dos farmacéuticos parecían haber revivido con las oficiosas advertencias de don Claudio Fuertes; pero, en cambio, el receloso Bermúdez entró en nuevas confusiones, porque si sospechoso le había parecido el aire de las palabras del comandante, más sospechosos le resultaban los efectos causados por ellas en el ánimo de los dos Pérez.
No pretendo valer mucho; pero... procuraré, bajo tan buena dirección, aprender en poco tiempo cuanto sea necesario. Castro Pérez sonrió, y a dos manos, juntando el pulgar y el índice se compuso los anteojos, y luego, dándose palmaditas en el abdómen, echóse atrás y me interrumpió. ¡Nada de lisonjas, joven! Nada merezco de cuanto dicen de mí.... Hablaba lenta y pausadamente, oyéndose.
Palabra del Dia
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