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Actualizado: 5 de mayo de 2025
A Lezcano y los demás enanos se les podrían dar los vestidos que ordenare el Camarero Mayor o Sumiller, a la medida de sus cuerpos. A Andrés Pérez se le ha dado de algunos años a esta parte un vestido, como se dice en la relación, pero me parece que hoy éste sea ordinario, ni se haya de poner en el libro.
Entonces Santos Pérez atraviesa repetidas veces con su espada al malaventurado secretario, y manda, concluída la ejecución, tirar hacia el bosque la galera llena de cadáveres, con los caballos hechos pedazos y el postillón, que con la cabeza abierta se mantiene aún a caballo. «¿Qué muchacho es éste? pregunta viendo al niño de la posta, único que queda vivo.
Debíase tal milagro a un don Román Pérez de la Llosía, señor rico, franco y campechano, sin aires de patriarca de la aldea, pero con muy buen sentido y recta intención en todo. El era la Providencia del pueblo, y su cocina la tertulia de Coteruco.
Pérez optó por lo último: la visita de la Bastilla hecha el mismo día no le había satisfecho, y descansó en una posada elegida por M. D'Incarville.
Doblaron una enorme pila de éstos, y encontráronse frente á frente de una gran caja de galletas de Huntley. Allí era donde vivía la familia de Ratón Pérez, bajo el pabellón de Carlos Prats, tan á sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda.
El pobre amanuense de Castro Pérez, herido y lastimado por la murmuración villaverdina; un pobre estudiante, recién salido de aulas, favorecido por los elogios de don Quintín Porras, y llevado a Santa Clara por las recomendaciones de un maestro de escuela, de un médico a la antigua, sin fortuna ni fama, y de un mendigo franciscano.
El cura estaba ya muy viejo, no le faltarían los achaques de la edad, y nada más justo que Angelina estuviese a su lado. Tiré la pluma, crucé los brazos sobre la mesa, y me puse a pensar, desalentado y triste, en la partida de la joven. Por fortuna llegó Castro Pérez, y fué preciso ponerse a trabajar.
Con esto y con bañar su rostro en una sonrisa con pretensiones de picarescamente bonachona, quedaba perfilado el cabo Pérez en toda su graciosa majestad.
Como curioso accidente, que no debe omitirse aquí, haremos constar que la tropa de Morsamor partió reforzada por seis mongoles que se resolvieron a seguirle, movidos de afecto a España y de vivo deseo de ver aquella tierra distante. No parecerá el caso inverosímil si decimos que dos de los mongoles se apellidaban Pérez, dos Fernández y Jiménez otros dos.
Mi primer servicio en carácter de vigilante fui a prestarlo a los veinte días de mi ingreso, bajo la dirección del cabo Pérez; el teatro elegido fue el Ministerio del Interior , donde se requería, por no sé qué causa, ayuda de la fuerza pública. El tal servicio consistía en estar parado en la puerta de la sala de espera... y en nada más.
Palabra del Dia
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