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Actualizado: 10 de junio de 2025
Cuando las columnas de soldados extranjeros, semejantes á larga serpiente que se escurre por una rendija, llenaron el desfiladero, oyóse un grito y desplomóse un diluvio de peñascos sobre la muchedumbre que pasaba por debajo.
Andando en esto y «regoldando» ya el gigante por no tener su estómago cosa de más jugo en que entretenerse, oyóse una campanada de reló hacia lo más obscuro y remoto de la estancia. ¡Las diez y media! dijo mi tío revolviéndose en el banco . Me parece que ya es hora de que te dejemos en paz. El viaje te habrá molido bien los huesos, y tendrás ganas de tumbarlos en la cama.
El padre Ambrosio estaba sentado en un sillón delante de la reja cabizbajo y profundamente pensativo. Yo, detrás de él a poca distancia, escuchaba con toda el alma en los oídos. Oyose abrir una puerta, y luego un paso reposado de mujer, el crujir de un vestido, y luego el gruñido cariñoso e impaciente de un perro. ¡Ah! ¿Es usted? dijo Amparo.
¿A qué hora tiene que pagar? A las tres se dejó decir la otra con gran espontaneidad. Aún sobra tiempo. Oyose el ruido de la puerta que Celestina había cerrado de golpe, al salir en busca del café.
Con todo quiere Apolo, que esta gente Religiosa se tenga aqui secreta, Dixo el dios que presume de eloquente. Oyose en esto el son de una corneta, Y un trapa, trapa, aparta, afuera, afuera, Que viene un gallardisimo poeta. Volví la vista y vi por la ladera. Del monte un postillon y un caballero Correr, como se dice, á la ligera.
Blas le puso en la cabeza el primogénito de todos los claques, en una mano las mugrientas carteras, en otra los dos duros que para el caso le dio la señorita; la puerta se cerró y oyose el pesado, inseguro paso del hombre eléctrico por las escaleras abajo. A mí no me divierte esto opinó Jacinta . Me da miedo. ¡Pobre hombre! La miseria, el no comer le habrán puesto así.
A Salomé le entró una tos convulsiva, no sabemos si originada por una causa física ó por la necesidad de disimular y no ofrecer á la contemplación de don Gil las arrugas triangulares y el color cárdeno que aparecieron en su cara al oír aquella proposición. María de la Paz se restregó un ojo como si le escociera. Oyóse la voz de doña Paulita que rezaba un latinajo incomprensible.
Temblaron las puertas, oyose el estrépito de las ventanas al cerrarse con violencia, y aullaron los mastines lúgubremente, tirando de sus cadenas, como si con su mirada de bestias viesen a la tempestad entrar por el portalón sacudiendo su capa de agua y relampagueándola los ojos.
Oyóse en aquel momento el chirrido de las cadenas que bajaban el puente levadizo; los expedicionarios aclamaron á su jefe, que puesto al frente de la columna había dado la voz de marcha y Roger, besando fervorosamente el fino cendal, lo ocultó en el pecho y salió corriendo al patio.
Hiciéronlo así y el Soberano mandó que entrase al momento Zumalacárregui. Oyose la voz del Rey que decía: Traigan una luz. Zumalacárregui estaba en el pasillo, boina en mano. Venga la luz dijo, cogiéndola de las manos del cura que con ella venía presuroso. Era una vela, puesta no muy gallardamente en un candelero de barro. Se acercó Zumalacárregui y entró en el cuarto oscuro.
Palabra del Dia
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