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Actualizado: 15 de junio de 2025


Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra; y, aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara.

No era un hombre ilustrado ni mucho menos, pero era más educado, en la verdadera acepción del concepto, que muchos que he conocido ocupando posiciones más elevadas. Sus labios nunca se abrieron para una falsedad, ni para cometer una injusticia, y en la comisaría era como el Evangelio una afirmación que se le oyera, llegándose a decir que era hasta capaz de declarar en contra suya si a mano venía.

Nadie conoce a Julia: es todavía un carácter cerrado; yo que la conozco. Ahora que ya sabe todo lo que tenía que decirle, sólo me resta recomendarle una cosa: vigile a Oliverio; tiene el mejor corazón del mundo; que lo economice y lo reserve para las grandes ocasiones. He ahí mi testamento de soltera concluyó en voz más alta, para que el señor De Nièvres la oyera, y le invitó a acercarse.

Su primer impulso fue estrellarla contra el suelo y romperla para sacar el dinero; y ya la tenía en la mano para consumar tan antieconómico propósito, cuando le asaltaron temores de que su tía oyera el ruido y entrase y le armara un cisco. Acordose de lo orgullosa que estaba doña Lupe de la hucha de su sobrino.

Contó el ex-coronel aventuras con solteras y casadas, que a su amiga le parecían mentira, y no las habría creído si no las oyera de labios de persona tan verídica y formal. «¿Pero has visto? Si eso se dice, no se cree... Y si lo escriben, pensarán que es fábula mal inventada. ¡Qué cosas hacen las mujeres! Bien dicen que somos el Demonio».

Se acordó que velara Facia, que no se acostara Chisco y que durmiera yo como las liebres; y con ello se marcharon Lita y su madre con Neluco, despidiéndose ellas «hasta mañana» y él «hasta luego»; se fueron quedando a oscuras aquellos destartalados y fríos ámbitos de la casona; creció con las tinieblas el silencio, y pasó un buen rato, mientras la mujer gris aderezaba el velón, sin que yo viera otra cosa en derredor mío que las mortecinas ascuas agonizando entre las cenizas del brasero, ni oyera otros rumores que los de la trabajosa labor del respirar de mi tío en el fondo de la alcoba, y los del acompasado y monótono fluir de las canales sobre el encharcado goterial.

Yo permanecía frío e imperturbable en mi asiento. Señora le dije, ¿qué diría el mundo, si oyera sus palabras? ¿El mundo? ¿qué me importa del mundo? No me impone ni lo temo. Yo he sido su víctima. Yo quiero vengarme de él. Pero necesito de usted. Al fin, ¿qué he sido yo hasta ahora como mujer?

Es mi mejor amigoEl italiano replicó gruñendo: «Me ha estado haciendo preguntas de importancia toda la noche, y le he tenido que mentirDe nuevo Blair se rió, murmurando: «No es la primera vez que habéis tenido que cometer ese pecado.» «No, replicó el otro en voz baja, con la intención de que yo no lo oyera, pero, si me presentáis a vuestros amigos, tened cuidado de que no sean tan astutos o tan inquisitivos como este Greenwood.

Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo. Capítulo XLIII. De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza ¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?

Pues yo exclamó solemnemente Orgaz padre, puesto en pie y con voz temblorosa yo no hago nada de eso. Así me bato yo. La cuestión no es ser diestro, es tener valor. ¡Bravo, bravo! ¡eso, eso! gritó gran parte del concurso, como si oyera aquello por primera vez. Siempre que se hablaba de desafíos decían lo mismo que aquel día Foja, don Frutos, Orgaz y otros caballeros.

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