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Al llegar aquí, y viendo la precisión con que mi amiga X ... había descrito la vida del estudiante tronera, no pude menos de interrogarla, y con cierto disimulo, para que no lo oyera su madre, me dijo no le era desconocido Fígaro ni Mesonero Romanos, y que casi podría recordar alguna de las bellísimas redondillas de El estudiante de Salamanca.

La devoción racional, ilustrada, de buen tono, era aquella otra, pedir para el Hospital a las corporaciones y particulares a las puertas del templo, regalar estandartes bordados a la parroquia; ¡pero vestirse de mamarracho y darse en espectáculo!...». ¡Por Dios, Marquesa! Cualquiera que la oyera a usted la tomaría por una demagoga, por una Suñera. Pues yo, ¿qué he dicho?

Oh, no; demasiado sabía que no... bastaba con que le oyera. ¡Cuántos años había estado sin querer oírle! ¡Y lo que él había padecido!... Pero, en fin, de esto ya no había que acordarse. El dolor había sido infinito... infinito... pero todo lo compensaba la felicidad de aquel momento. Callaba Ana, oía... ¿pues qué más dicha podía él ambicionar?...».

¡Qué contrariedad! Tengo que verle hoy mismo. Tal vez venga á la hora de comer. No quisiera esperar; he de verle antes. Además, yo no como aquí; yo no vuelvo acá, señora ... Ahora me despido de usted para no volver más. Doña Paulita se quedó mirando al joven como si oyera de sus labios la cosa más inverosímil y más absurda. ¡Para no volver! dijo cerrando los ojos.

Á veces lo único que se percibía era esta expresión inarticulada de profundo sentimiento, á manera de un sollozo que se oyera en medio de hondo silencio.

Los de tierra no podían darnos auxilio; pero Dios quiso que oyera los cañonazos de alarma una balandra que se había hecho a la mar desde Chipiona, y se nos acercó por la proa, manteniéndose a buena distancia. Desde que avistamos su gran vela mayor vimos segura nuestra salvación, y el comandante del Rayo dio las órdenes para que el trasbordo se verificara sin atropello en tan peligrosos momentos.

Roto el secreto, Frígilis tosía fuerte abajo a propósito, para que le oyera Ana, como diciendo: «No temas, estoy yo aquí». Pero como la malicia lo sabe todo, también supo esto Vetusta. Se dijo que Frígilis se había metido a vivir de pupilo en casa de la Regenta, en el caserón nobilísimo de los Ozores. Y decían unos: Será una obra de caridad.

A veces, una palabra insignificante que en la calle o en su casa oyera o la vista de cualquier objeto le encendían de súbito en la mente la llama de aquel tema, produciéndole opresiones en el pecho y un sobresalto inexplicable.

Enseñé el bridge al mayordomo y a su mujer, culto matrimonio de ingleses, al médico del pueblo, a varios vecinos estancieros y a otras muchas personas. Supe inculcar a todos el entusiasmo de mi amigo Villalba, repitiéndoles cuanto le oyera respecto de Eduardo VII y demás. El bridge llegó a ser el juego predilecto del mundo «fashionable» de Venado-Tuerto.

Como si la oyera, apareció una última vez Bob y le dijo: ¿De qué te quejas, Cristela?... Ningún mortal puede ser del todo feliz, y has pagado, con la desgracia de tu juventud, la felicidad de tu vejez. Debes estar contenta.