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El cocinero, al contemplarle amorosamente con sus ojos enfermos, creía haber dado un salto atrás de docenas de años y hallarse todavía en Valencia hablando con el otro Ferragut que se escapaba de la Universidad para remar en el puerto. Casi llegó á creer que había vivido dos veces. Escuchaba las quejas del muchacho, interrumpiéndolas con solemnes consejos.

Aquel señor no jugaba limpio, y una mañana se largó dejando un pico muy grande en la casa de huéspedes, y otro pico no dónde, y picos y picos... Total, que la pobre tuvo que empeñar todos sus trapos y se quedó con lo puesto, nada más que con lo puesto, cuando lo tiene puesto se entiende. Feliciana se la encontró no dónde hecha un mar de lágrimas, y le dijo: «vente a mi casa». ¡Allí está!

No ataqueis nunca la claridad y perspicacia de su talento; de otro modo se formalizará el combate, la lucha será reñida, y aun teniéndole bajo vuestros pies y con la espada en la garganta, no recabaréis que se confiese vencido.

La marquesa hizo otro ademán indicando que podía hablar, y la niña de Rojas dijo con expresión agresiva: ¿No tiene usted bastante con todos esos hombres á los que trae locos?... ¿Todavía necesita robar los que pertenecen á otras mujeres? La respuesta de Elena fué mirarla de pies á cabeza. Pretendía confundirla con sus gestos de superioridad.

Cuando Magdalena levantó los ojos que tenía bajos mirando el juego y me vio sentado al otro lado de la mesa, precisamente en frente de ella, dijo con cierto aire de sorpresa: «¿Y bien...?» Pero nuestras miradas se encontraron y algo extraordinario debió advertir en la mía que la turbó levemente y le impidió terminar la frase.

En las últimas visitas, Maxi no hablaba más que de la proximidad de su dicha. Contole un día que ya tenía tomada la casa, un cuarto precioso en la calle de Sagunto, cerca de su tía; otro la entretuvo refiriéndole pormenores deliciosos de la instalación. Ya se habían comprado casi todos los muebles.

Hablé del caso a Garmendia, el farmacéutico, y éste me dijo: Lleve usted la caja a la botica, y veremos lo que tiene dentro. Por la noche la cogí y la llevé. Indudablemente, aquí, si hay algo peligroso, debe estar en abrir la caja con la llave. Vamos a atacarla por otro lado.

A la derecha, y sobre otro altar, estaba ya también en su nicho el Santo Patrono. Ambos altares resplandecían con muchísimas velas y hachones ardiendo, y ramilletes de flores y festones y guirnaldas de arrayán, laurel y limonero los engalanaban.

Hubiéramos podido bajar desde allá al mar por una de las cadenas que sujetaban el pontón; pero esta cadena se hallaba tan iluminada por la luz del fanal de popa, que tuvimos miedo de que nos viese la guardia. Allen ató la cuerda en uno de los barrotes de la barandilla, y al otro extremo las tablas que nos tenían que servir para atravesar los pantanos.

Otro día estaba nerviosa; la molestaban las miradas de Rafael, sus palabras de amorosa adoración, y le decía con brutal franqueza. No se canse usted. Yo ya no puedo amar: conozco mucho a los hombres, pero si alguno me hiciese volver al amor, no sería usted, Rafaelito.