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Actualizado: 27 de junio de 2025


No lo ha conseguido usted interrumpió groseramente don Oscar. Lo siento mucho, pero mi intención era buena dije, echando una mirada a doña Tula, que bajó la suya, más por sumisión al terrible enano que por hacerme agravio. Eso me pareció al menos.

Quién sabe si me tomaría por un mentecato, viéndome en aquella ridícula situación. Por fortuna o por desgracia, vino un suceso inesperado a sacarme muy pronto de ella. Un día, al entrar en el despacho de D. Oscar, me encontré repantigado en una butaca al malagueño que había conocido en Marmolejo, a Daniel Suárez, mi presunto rival en el amor de Gloria. Quedé sin gota de sangre en el rostro.

Don Oscar, figurándose que tal calor dependía del mal estado en que me hallaba, dirigiome una mirada de compasión, que me avergonzó. Nos despedimos cordialmente. Al trasponer la puerta volvió a llamar con recia voz a D.ª Tula, que se presentó con la misma sonrisa dulzona, y me extendió la mano, dejándola suelta para que yo la estrechase.

Pesaban estas consideraciones de tal modo en mi ánimo, que me vino la idea de abandonar en las garras de don Oscar, como precioso vellón, la mitad de la dote de Gloria, con tal de unirme pronto a ella y obtener la otra mitad. Confieso que este proyecto duró poco tiempo en la cabeza. ¡La mitad de la dote! ¡Cincuenta mil duros! Y de un golpe rebajé la cifra a la mitad.

Se encogió de hombros, sonrió con malicia, y al cabo dijo: ...¡Un señor! ¡Un bendito señor, como dice la tía Tula! ¿Cómo se llama? Don Oscar. Nombre romántico. Pues ¿sabe usted? él no tiene nada de romántico ni de poético repuso, cambiando una mirada y una sonrisa significativas con su padre.

Yo escuchaba con afectada atención, pero el severo D. Oscar comenzó a dar señales de impaciencia y concluyó por decir: Bueno, doña Tula; ya le irá usted dando esas noticias poco a poco, pues de una vez todas no es fácil que las retenga. Verdad, don Oscar, verdad. Tiene usted mucha razón. ¡Como soy tan polvorilla!... Lo mismo era mi difunto.

Cuando le hice presente a aquélla mis quejas y le expuse amargamente los abrumadores trabajos que D. Oscar me imponía, exclamó riendo: ¿Te habías figurado, hijo, que el conquistar esta plaza no había de costar ninguna pena? Si fuese en otro tiempo, estarías a estas horas en un calabozo de la Inquisición por haberte atrevido a galantear a una monja.

¡Pues corro á buscarlo yo mismo, para que lo castiguéis cual se merece quien de tal suerte ofende á mi buen parroquiano, el señor Oscar Reginaldo Bombardón de Pelisier! ¡Pas si vite, mon ami! Yo sabré buscarlo en su día. Imaginaos el destrozo que sufriría vuestra hacienda si ese gigante y yo trabásemos aquí descomunal combate.

Lo mismo Gloria que yo, creemos que doña Tula se opone aún más que don Oscar... Y vuelta a explicárselo otra vez con pelos y señales. Luego entendió que lo que yo deseaba era que fuese a pedir por la mano de Gloria a su madre, y le pareció grave. No, señor conde; lo único que solicito de usted es que hable con su prima y procure suavemente vencer su resistencia.

Aunque ignorasen los pormenores, lo mismo don Oscar que su madre estaban seguros de que yo no era tal oficial carlista y que venía en seguimiento de ella desde Marmolejo. Cuando le expresé mi temor de que cortasen aquellos coloquios a la reja, me respondió con resolución: Si me quitan la reja, ya buscaremos otro medio.

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