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Actualizado: 27 de junio de 2025
En un instante alcancé la calle de Argote de Molina. Al divisar la casa de Gloria vi que un coche, parado delante de ella, arrancaba hacia abajo, y que don Oscar, a la puerta, gesticulaba violentamente haciendo señas al cochero. No me cupo duda alguna de que dentro del coche iba Gloria prisionera. Lanceme a toda carrera de mis piernas en su seguimiento.
Ello parecerá increíble, pero llegamos, quedándome yo, sin embargo, en la duda de si habría andado el coche hacia la casa, o la casa hacia el coche; subimos la escalera, verdadera imagen de la primera confusión de los elementos; un Edipo sacando el reloj y viendo la hora que era; una Vestal, atándose una liga elástica, y dejando a su criado los chanclos y el capote escocés para la salida; un romano coetáneo de Catón, dando órdenes a su cochero para encontrar su landó dos horas después; un indio no conquistado todavía por Colón, con su papeleta impresa en la mano y bajando de un birlocho; un Oscar, acabando de fumar un cigarrillo de papel para entrar en el baile; un moro, santiguándose asombrado al ver el gentío; cien dominós, en fin, subiendo todos los escalones sin que se sospechara que hubiese dentro quien los moviese, y tapándose todos las caras, sin saber los más para qué, y muchos sin ser conocidos de nadie.
Cuando llegue el momento damos el golpe... Te presentas un día con aquella levita tan larga que tienes... Mira, te ruego por Jesucristo vivo que no te me presentes delante con ella. Pareces el hermano mayor de la Paz y Caridad... Pero ese día sí, ¿sabes?... Es para que don Oscar te tome algún miedo... Pides mi blanca... digo, mi negra mano. A don Oscar se le erizan los bigotes y muge.
Por detrás de él Gloria me solía hacer mil muecas, poniéndome en grave peligro de perder la serenidad y echarlo todo a rodar. Dos veces, en el espacio de ocho días, me invitaron a comer. Los manjares predilectos de aquellos seres eran tan extravagantes como ellos. Don Oscar cogía a puñados los berros y se los metía en la boca y los rumiaba como un buey. Además, hacía uso inmoderado del vinagre.
D.ª Tula tenía sus habitaciones en el piso bajo; el bendito señor, en el alto. Esto no obstante, yo no juraría que lo que se decía careciese en absoluto de fundamento. La vida que llevaba en aquellos días era por demás asendereada y trabajosa, y lo que es peor, no veía la utilidad de ella, como D. Oscar la de las flores.
Ya sabemos que una de las señoritas de Delgado lloraba con extrema facilidad. Las novelas que entonces leyó fueron, entre otras: Ivanhoe, La dama del lago, Maclovia y Federico o Las minas del Tirol, Saint Clair de las islas o Los desterrados a la isla de Barra, Oscar y Amanda, El castillo del Águila Negra, etc. Estas le hicieron gozar muchísimo más.
Palabra del Dia
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