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Actualizado: 14 de junio de 2025
Ya no era «el mallorquín de las onzas». El depósito de redondeles de oro guardado por su madre se había extinguido; pero arrojaba los billetes pródigamente en las mesas de juego, y cuando venía «la mala» escribía a su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos mossons, dependientes de los Febrer desde hacía siglos. Se cansó de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero.
Hay misterios, secretos que no se entienden, hasta que viene uno y dice tal por cual, y lo descubre... ¡Pues qué más, Señor!... Allá estaban las Américas desde que Dios hizo el mundo, y nadie lo sabía... hasta que sale ese Colón, y con no más que poner un huevo en pie, lo descubre todo y dice a los países: «Ahí tenéis la América y los americanos, y la caña de azúcar, y el tabaco bendito... ahí tenéis Estados Unidos, y hombres negros, y onzas de diez y siete duros». ¡A ver!
De esta manera llegaron a los portales y a la casa de Villuendas, ya cerrada la noche. Entraron por la tienda, y en la trastienda Jacinta se dejó caer fatigadísima sobre un saco lleno de monedas de cinco duros. Al Pituso le depositó Guillermina sobre un voluminoso fardo que contenía... ¡mil onzas! iv
Fuéron con mucho aparato á su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, á llevarle sus quatrocientas onzas, sin guardar por las costas mas que trecientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidiéron una gratificacion.
En fin, que era un pájaro gordo venido á menos. Don Joaquín decía su gruesa mujer, que era la primera en sostenerle el tratamiento nunca se ha visto como hoy; somos de muy buena familia. La desgracia nos ha traído aquí, pero hemos «paleado» las onzas.
Sr. García, vengo a pagar a usted aquel piquillo.... ¿Qué piquillo? Los seis mil reales que usted tuvo la amabilidad.... ¿Qué amabilidad?, quiero decir, ¿qué seis mil reales?... Usted no me debe nada. ¡Qué bromista es usted! dijo Bonis, que más estaba para recibir los Santos Sacramentos que para chistes. Y se dejó caer en una silla y empezó a contar onzas sobre una mesa.
Bastábale entrar en su alcoba para presentar en cartuchos de onzas cuanto dinero se le pedía, y a pesar de esto, fuera de los días de Corpus, en que sacaba del fondo del arca el frac de color castaña y el sombrero de seda, nadie le había visto con otro traje que un eterno pantalón de cuadros, chaqueta de fustán, chaleco de terciopelo rameado y gorra de ancho plato.
Pero, desgraciada, ¿de dónde quieres que saque yo ocho mil reales? Tú te figuras, por lo menos, que yo apaleo las onzas. Doña Manuela protestó. Vamos, que ocho mil reales no son una cantidad para arruinar a nadie. Además, ella prometía devolverlos a San Juan; y al ver que su hermano sonreía irónicamente, lo juró con la mano puesta en el exuberante pecho.
Repartíase para comida, á cada uno, tres onzas de harina, y cada tres dias, un pez; y si queria mas, habia de ir á pescarlo cuatro leguas de allí: duró esta pesca dos meses. De la poblacion de Buenos Aires, y hambre que se padecia. Vueltos á nuestro real, fué dividida la gente para la obra de la ciudad y la guerra, aplicando á cada uno á oficio conveniente.
Contó los centenes de oro uno por uno; tocó las dos onzas, el reloj viejo que había sido de su padre, una cadena y medallón antiquísimos... Como no faltaba nada, no había peligro mientras no fuese alzado el doble fondo... Rosalía sintió impulsos de gritar «¡que se quema la casa!», u otra barbaridad semejante; pero no se atrevió porque estaba presente Paquito.
Palabra del Dia
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