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Actualizado: 14 de junio de 2025
Este señorito llevó al forastero de visita en casa de su padre, que era el que más escupía por el colmillo en Villafría en punto a hablar de onzas de oro, y a ponderar la abundancia y grandeza con que vivía. A las pocas preguntas del forastero, el hacendado le dijo todo lo rico que era, triplicando sus facultades.
Venía dispuesto a edificar el mejor chalet de Vetusta, a tener los mejores coches de Vetusta, a ser diputado por Vetusta y a casarse con la mujer más guapa de Vetusta. Vio a Anita, le dijeron que aquella era la hermosura del pueblo y se sintió herido de punta de amor. Se le advirtió que no le bastaban sus onzas para conquistar aquella plaza. Entonces se enamoró mucho más.
Tomáronle declaracion á este, no declaró nada; y habiéndole probado que se habia asomado al balcon, por tamaño delito fué condenado á pagar quinientas onzas do oro, y dió las gracias á los jueces por su mucha benignidad, que así era costumbre en Babilonia, ¡Gran Dios, decia Zadig entre sí, qué desgraciado es quien se pasea en un bosque por donde haya pasado el caballo del rey, ó la perrita de la reyna! ¡Qué de peligros corre quien á su balcon se asoma! ¡Qué cosa tan difícil es ser dichoso en esta vida!
Sobre la tabla caía una lluvia de cuartos negros manchados de verde, y con la música que estos hacían, se concordaba el choque de las medias libras y onzas de cobre, sin cesar dando sobre el platillo. La aguja de la balanza oscilaba constantemente como un péndulo invertido.
Don Ramón, que traía en cartera el pagaré para que Juana lo refrendase y pusiese en él su visto bueno, en vez de dar o prometer, recibió, por lo pronto, las veinticinco onzas peluconas, o sean los ocho mil reales. Pero don Ramón se sintió estimulado a competir y hasta a vencer su generosidad a los otros.
Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga.
Por acaso se tocó don Andrés con la diestra, que tenía libre, en el bolsillo del chaquetón y notó con amargura los medios inútiles que en él traía: de conquista, de ofensa y de defensa. Traía allí un cartucho con veinticinco onzas peluconas de Fernando VI y de Carlos III, dignas hoy por su rareza de figurar en el más rico gabinete de numismática.
Porque aquí se han llorado lástimas de todos los colores, y se han descubierto fregados que tumban de espaldas. ¡Y siempre por el lujo, por el juego y por todos los vicios más abominables! ¡Qué agonías tan congojosas y tan complicadas, y qué pasar por todo las infelices gentes, si yo hubiera sido capaz de aceptarlo por el ansia de recoger onzas de oro mañana, sembrando ochavos morunos de presente!
Alguno de ellos llegó á ofrecer por él dos onzas de oro; pero estaba tan lejos Pedro de enajenarlo á ningún precio, como de tirarse á la mar. Porque aunque no le escaseaba los puntapiés, tal cariño le profesaba, que primero le faltara el pan á él que á su perro. Razón poderosa tenía, pues, el Canelo para adorar á su amo y no separarse de su lado ni de día ni de noche.
Ahí tiene usté a mis primas las Alcaparronas, unas pindongas, que son la eshonra de la familia, y las grandísimas arrastrás tienen las onzas a puñaos, y coches, y los papeles jablan de ellas: y la pobresita Mari-Crú, que era mejó que el trigo, se muere, endimpués de una vida de trabajo. El gitano gemía, mirando al cielo, como si protestase de esta injusticia.
Palabra del Dia
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