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Actualizado: 14 de junio de 2025


Pero luego luego fué reparando que sus señoritas vendían frutas ó baratijas, ó llevaban distintivos de domesticidad, y perdió sus primeras ilusiones, en asocio de unas cuantas manotadas de libras esterlinas representantes de las viejas onzas desempaquetadas.

Dos años después un mendigo paralítico le gritaba en Buenos Aires: Adiós, mi general; soy el andaluz de Tucumán; estoy paralítico. Facundo le dió seis onzas. Estos rasgos prueban la teoría que el drama moderno ha explotado con tanto brillo, a saber: que aun en los caracteres históricos más negros hay siempre una chispa de virtud que alumbra por momentos y se oculta.

Cuando el padre murió, sin dejarles más herencia que aquellos pocos terrones y algunas onzas de oro ocultas en un puchero enterrado en el huerto, tuvieron Diego y Antolín una conferencia, en la cual convinieron que debía uno de ellos procurar hacer carrera y conseguir medro, continuando otro al frente de las tierras a que habían quedado reducidos los antiguos estados de la nobilísima familia.

Son raros los que le han ganado sumas considerables, aunque sean muchos los que en momentos dados de una partida de juego han tenido delante de pirámides de onzas ganadas a Quiroga; el juego ha seguido, porque al ganancioso no le era permitido levantarse, y al fin sólo le ha quedado la gloria de contar que ya tenía ganado tanto y lo perdió en seguida.

A pesar de mi resistencia á todos los asaltos del mozo, me cogió un par de francos con una chuchería, más uno de propina por las reverencias que nos hizo. El almuerzo nos cuesta cerca de tres duros, y si me hago de miel, no baja un ochavo de tres onzas.

Legaba el testador a la primera, amén de las fincas que había tenido en renta cuando se casó, seis onzas de oro; otras seis a Tona, y a Chisco doce. Después de la lectura de cada cláusula, miraba yo un instante al correspondiente legatario.

Facundo le pregunta si es el autor de los artículos que tanto le han herido, y con la respuesta afirmativa ¿qué espera usted ahora?, replica Quiroga: Señor, la muerte. Tome usted esas onzas y váyase enhoramala. En Tucumán estaba Quiroga tendido sobre un mostrador. ¿Dónde está el general? le pregunta un andaluz que se ha achispado un poco para salir con honor del lance.

Vamos, señor D. Elías dijo éste descontento. ¿Qué hago yo con cinco onzas? Por cinco onzas se vende la diosa misma de la libertad, replicó Elías sin mirar al cafetero. Quite usted allá: aquí hay patriotas que no dirán "viva el Rey" por todo el oro del mundo. Si: es mucha entereza la de esos señores exclamó Elías con un acento de ironía que debía de ser el acento habitual de su palabra.

El cafetero miró con singular expresión de cariño el envoltorio, mientras el viejo lo desenvolvió con mucha cachaza, y sacando unas onzas que dentro había, comenzó á contar. Al ruido de las monedas, Robespierre abrió los ojos; y viendo que no era cosa que le interesaba, los volvió á cerrar, quedándose otra vez dormido. El viejo contó diez medias onzas, y se las dió al del café.

De cualquier modo, las onzas, de oro están allí; ya saldrán cuando llegue la hora. En el alma de aquel estudiante hay una geometría oculta, una química incomprensible, una especió de mágia. Cuando la sazon llegue, asomará el geómetra, saldrá el químico, aparecerá el mago.

Palabra del Dia

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