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Animado, y con la cálida sangre despierta, consideraba a las primitas una por una, calculando a cuál arrojaría el pañuelo. La menor no hay duda que era muy linda, blanca con cabos negros, alta y esbelta, pero la mal disimulada pasión de ánimo, las cárdenas ojeras, amenguaban su atractivo para don Pedro, que no estaba por romanticismos.

Tenía el rostro abatido, los labios pálidos, y los ojos oscuros de ojeras. Pero era ella siempre, más hermosa aún para , porque la perdía. Le dije sencillamente que me iba, y que le deseaba mucha felicidad. Al principio no me comprendió. ¿Se va? ¿Y adónde? A Norte América... Acabo de decírselo. ¡Ah! murmuró, marcando bien claramente la contracción de los labios.

Parecía mentira que en tan poco tiempo se pudiese operar tal transformación. Mientras el sacerdote decía sus preces con murmullo solemne, observé que Eduardito cambiaba vivas y risueñas miradas con Fernanda, la cual le sonreía con sus ojos bordeados de ojeras dilatadas y su feo diente mellado. Aquel espectáculo tristísimo no les impresionaba.

Montiño sintió un estremecimiento cruel; pero parecióle Luisa más bonita que nunca por su palidez y sus ojeras, y no se atrevió á ponerla mala cara. Buena hora es de venir á su casa un hombre casado dijo con mal talante Luisa ; donde habéis pasado la noche pasad el día; ¿y venís acompañado para volveros á ir sin duda? aquí han traído no qué, y os esperan. Eso es, ríñeme.

Me levanto: me he retirado de la redacción a las dos de la madrugada; es preciso salir... Las calles están desiertas; pasa de cuando en cuando un obrero, con blusa azul, cabizbajo, presuroso, las manos en los bolsillos, liada la cara en bufanda recia; pasa una moza con el mantón subido, pálida, ornados los ojos de anchas ojeras lívidas; pasa un muchacho con un enorme fajo de carteles bajo el brazo.

Cada vez que volví a verlo en los días sucesivos, lo hallé más exaltado con su amor. Estaba más delgado, y sus ojos cargados de ojeras brillaban de fiebre. ¿Quiere hacer una cosa? Vamos esta noche a su casa. Ya le he hablado de ti. Vas a ver si es o no como te he dicho. Fuimos.

En eso apareció por el camino del jardín que daba acceso a la caballeriza la figura esbelta de Melchor en cuyo rostro empalidecido se destacaban las ojeras negras y profundas. Vestía su traje predilecto y en el ojal de la blusa llevaba un hermoso gajo de sedrón... ¿Ya están listos, muchachos? preguntó amablemente, casi sonriendo.

Tenía siempre desmesuradas ojeras, que con la edad se iban acentuando, y le faltaba un diente de los más principales, lo que le hacía silbar las palabras de un modo nada grato. Además, estaba bastante ajada, como que ya iba traspasando los límites de la juventud. Pero el amor es ciego, y donde los demás veíamos insignificancia y fealdad, él veía hermosura simpar y perfección.

Mientras el joven leía mentalmente, el juez trataba, en vano, de descubrir en su rostro el efecto de la lectura. Tal era la alteración de las facciones, tan torva la mirada, las ojeras tan profundas, los labios habían tomado una expresión tan dolorosa que la tristeza no podía ya extraer una lágrima de los ojos ni trazar una nueva arruga en el rostro.

Recordaba la carita sonrosada dos años antes, y miraba con asombro un rostro de juventud ajada, huesoso, los pómulos salientes, las ojeras profundas, y unos ojos de escasas cejas, sin pestañas, con las pupilas todavía hermosas, pero empañadas por vidriosa opacidad. Todo revelaba en ella la miseria y el desaliento.