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Actualizado: 1 de junio de 2025


Durante la comida, el astuto Maltrana, que parecía adivinar sus pensamientos más recónditos, le abrumó con muestras de interés formuladas inocentemente. Tiene usted mala cara, Fernando. ¡Ni que hubiese visto ánimas durante la siesta!... ¡Qué color! ¡qué ojeras!... Coma mucho; la navegación es larga, y usted necesita tomar fuerzas.

Ya lo comprendo; pero hay que hacer algo por , hombre. Claro está que si uno se abandona al sueño, nunca se levantará cuando necesita ni tendrá tiempo para nada. duermes mucho, hijo: eso no puede sentarte bien. Pienso que tu padre tiene razón cuando dice que tus ojeras provienen de eso. ¿Quién los ha visto cruzar por la plaza?

En su aspecto general, en sus ojeras profundas, era visible el trabajo que se efectuaba en su interior; pero, ¿qué era lo que lo mortificaba? ¿La injusticia de la acusación, o el remordimiento del delito? Cuando Ferpierre le preguntó si persistía en sus declaraciones, si nada tenía que añadir para justificarse, contestó con voz ahogada: No.

Cuando el sacerdote se aproximaba, la santa susurró al oído de la enferma, como secreto de ángeles, estas palabras: «Abre la boca». El cura dijo: «Corpus Domini Nostri, etc.» y todo quedó en silencio, y los párpados de Mauricia se abatieron, proyectando sobre las ojeras la sombra de sus largas pestañas.

No le quitaba ojo, admirada de su aire desenvuelto y de lo bien que le caía el traje de etiqueta; la luz del gas le volvía más pálido y señalaba sus profundas ojeras, esa huella de las malas noches que no puede ocultarse.

Eh, chica.... ¿en qué estarás pensando? ¡Qué románticas son estas niñas criadas en provincia! Los ojos agudos y perspicaces de Pilar se clavaban, al decir esto, en la fisonomía de Lucía, descubriendo en ella una sombra leve, una especie de veladura parda desde la frente y las sienes a las ojeras, y cierto hundimiento en las comisuras de la boca.

Corría el sudor por el rostro de las damas, arrastrando en sus tortuosos raudales el negro de las ojeras, el rojo de las mejillas y el barro blanquecino de los polvos de arroz. La conciencia de estas devastaciones del calor las hacía moverse nerviosas en sus asientos con el abanico sobre el rostro.

Padre, hoy está usted de mal humor; es porque no ha podido decir misa en el altar de la Concepción como otras veces. Tiene usted ojeras; bien se ve que se ha pasado toda la noche rezando. Ya por qué dijo la misa el domingo más tarde: esperaba que llegase doña Eloisa. Ese alzacuello le aprieta a usted mucho. Está usted incómodo. ¿Quiere que yo se lo arregle?...

Se acordó de la noche que había muerto su madre; él, al acostarse, desolado, se había visto en el espejo de afeitarse, distraído, por hábito, para observar si tenía ojeras y la lengua sucia, y había notado aquella expresión tragicómica, aquella cara de mono asfixiándose, que era tan diferente de la que él creía poner al sentir tanto, de modo tan puro y poético.

Las cárdenas ojeras le cogían media cara; el superciliar salía como una visera; los ojos, hermosos y ardientes, quedábanse allá dentro, y rodeados de aquella piel morada relumbraban más, como si acecharan el acaso que iba a pasar. Las cejas negras formaban una sola línea recta.

Palabra del Dia

cabalgaría

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