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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Hay que levantarse del asiento dar un paseo y asomarse a la barandilla para convencerse de que se está en el mar. Aquí, no: aquí se siente uno marino; puede abarcarse por entero el redondel del Océano, que no termina nunca, y en el que siempre ocupamos el centro, por más que avancemos. Mire usted, Ojeda, qué cosas tan majestuosas lleva en su cabeza el amigo Goethe.
Ojeda experimentó la sensación de paz que desciende del cielo nocturno sobre los grandes dolores. Había momentos en que deseaba llorar, lo mismo que un niño que implora perdón. «¡Teri!... ¡Teri!» Ella viviría a aquellas horas seguramente pensando en él.
Ojeda, con su lírico entusiasmo, reconstruía los pensamientos de la muchedumbre cosmopolita que iba hacia el Sur tendiendo las manos tras el aleteo de la diosa sin cabeza. Este nombre circulaba como una música por el mundo viejo, despertando las almas adormecidas.
Todo era extraordinario y contradictorio en aquel hombre dijo Ojeda . Se nota en él ese desequilibrio que, según parece, es condición de los genios. Aún es más misterioso su origen contestó Maltrana , biógrafos e historiadores llevan cuatro siglos disputando sobre los diversos lugares de su nacimiento en el señorío de Génova.
Hay que tener en cuenta, amigo Ojeda, que en ciertos países la calidad de extranjero da gran prestigio a todo el que ofrece una idea nueva. En aquellos tiempos, los marinos genoveses eran los de más fama, los que habían llegado más lejos en sus exploraciones.
Abandonaron sus asientos, y al dirigirse a una de las escalerillas para descender al paseo, notaron en el mar varias curvas negras y veloces que asomaban un instante sobre el agua, sumiéndose y reapareciendo más lejos entre burbujeo de espumas. Son atunes dijo Maltrana . O tal vez sean delfines... ¡Quién sabe! De seguro que no son sirenas repuso Ojeda.
Fíjese usted: tres jovencitos nada más, tres niños de buena familia, que indudablemente vienen enviados por sus mamás. Ojeda movió la cabeza negativamente. Los recibimientos eran distintos, cierto; pero faltaba ver el final, el resultado positivo de las conferencias. Los dos vienen a ganar dinero, y eso es lo que en realidad les importa.
El respeto del viajero por las ruinas «donde ha ocurrido algo» sentíalo Ojeda al pasar por estas calles angostas, con el pavimento desigual cubierto de suciedades, grupos de chicuelos jugando «al toro» en las esquinas, comadres sentadas ante las puertas, por las que se esparcían vahos de puchero pobre, y balcones que goteaban una humedad de ropa vieja puesta a secar.
Era Ojeda. ¿Está usted oyendo misa?... No, Fernando. Pensaba en los caprichos de la suerte histórica; en cómo la casualidad puede llevar a las gentes por los caminos más diversos... Mire usted con qué devoción siguen esas damas el curso de la misa. Algunas hasta tienen húmedos los ojos.
Ojeda, sin darse cuenta de su avance, se vio junto a la portezuela del carruaje... Era ella, envuelta en una capa de seda y pieles, con las plumas de su peinado dobladas por la exigua altura del techo; ella, empolvada, pintada para disimular su palidez, con gruesos brillantes en los lóbulos de sus orejas y una fijeza trágica en los ojos desmesuradamente abiertos.
Palabra del Dia
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