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Actualizado: 8 de julio de 2025
Debes realizar esa obra buena; pobre infeliz dijo Lorenzo. Mañana mismo nos vamos de un galope hasta el «Paso», ¿qué les parece? y le hablo respondió Melchor, que de pocos estímulos necesitaba, para lanzarse en empresas de esa clase. ¿Y piensa traerla, don Melchor? Traerla, no; pero ofrecerle que se venga cuando quiera... es un crimen dejar a una mujer como ésa en semejante condición.
Cuando salimos yo me tapé perfectamente porque la criada había traído uno para mí y otro para ella... Pepito nos siguió al descubierto... llovía atrozmente... y yo en vez de ofrecerle el paraguas y taparme con el de la criada, le dejé ir mojándose hasta casa... Pero no fue por gusto mío, Lola... por Dios, no lo creas... fue que me daba vergüenza...
Fue entonces elegido a este propósito el duque de Aosta, y encargáronse de ofrecerle la corona, como delegados de la secta, el general Prim y don Manuel Ruiz Zorrilla, nombrado más tarde Gran Oriente honorario del Supremo Consejo de España.
Sorprendido don Juan por la actitud y palabras de don Quintín, cambió de táctica, y queriendo sacar fruto de su indiferencia, le dijo: Vaya, vaya... déjese usted de resentimientos y de delicadezas y piense usted que lo que le propongo, si es beneficioso para ella, no lo es menos para usted. Usted no ha de ir a pedirle nada, sino a ofrecerle una contrata ventajosa.
Cuando hubo concluído su largo discurso, un poco incoherente, que parecía más bien un monólogo, el duque se levantó bruscamente. Vaya, Julianito, me voy de aquí al Banco. Al mismo tiempo sacó otro cigarro de la petaca, y sin ofrecerle, porque no fumaba, lo encendió por fórmula, pues los dejaba apagarse en seguida para seguir mordiéndolos. D. Julián respiró con satisfacción.
Lo que sé es que su mamá ha recibido mucho gusto con la inesperada aparición del niño, y que mi tía, ya sea por mortificarme, ya porque realmente haya encontrado variación en el joven, ha dicho ayer delante de toda la familia: «Si el señor conde se porta bien y es hombre formal, obtendrá nuestros parabienes y se hará acreedor a la más dulce recompensa que pueden ofrecerle dos familias deseosas de formar una sola».
Mi Remedios sólo es una muchacha de pueblo y el diputado querrá una señorona de Madrid. Rafael hacía tiempo que conocía el designio de su madre. El no quería a aquella gente. El padre, a pesar de pegajosa afición a ofrecerle planes, le era simpático por el respeto que mostraba hacia su familia.
Después de ofrecerle su casa con no pocas zalamerías, rogó al caballero tuviese la bondad de decirle su nombre para conocer mejor a la persona a quien debía agradecer galanterías inauditas en una época ¡ay! en una época calamitosa y estéril en que no había caballeros. Dicho el nombre, la momia lo repitió con agrado y después dijo: ¿Militar? No, señora, paisano. ¿Andaluz? Alavés.
En ofrecerle todos los consuelos religiosos que puedan darle los monjes y los capuchinos. En habituarle dulcemente a la vida de la nada, poniéndole bajo los ojos el ataúd que debe recibir su cadáver y el verdugo que debe librarle de esta vida de miseria y de tribulación.
La muchacha, que había vendado su herida, que había visto desnudo su pecho robusto, perforado por aquel rasguño de labios violáceos, no osaba ahora, que le veía de pie, ofrecerle su brazo cuando paseaba vacilante, apoyándose en un bastón. Entre los dos marcábase un ancho espacio, como si sus cuerpos se repeliesen instintivamente; pero los ojos se buscaban, acariciándose con timidez.
Palabra del Dia
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