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Actualizado: 21 de junio de 2025
Pero la discreta Dorotea, que tan entendido tenía ya el humor de don Quijote, dijo, para templarle la ira: -No os despechéis, señor Caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro buen escudero ha dicho, porque quizá no las debe de decir sin ocasión, ni de su buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar que levante testimonio a nadie; y así, se ha de creer, sin poner duda en ello, que, como en este castillo, según vos, señor caballero, decís, todas las cosas van y suceden por modo de encantamento, podría ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabólica vía lo que él dice que vio, tan en ofensa de mi honestidad.
Diganlo si nó aquellos economistas que se oponian á las restricciones de la libertad de comercio cuando eran únicamente por el tiempo en que duraban las guerras; i eso no con todas las naciones, sino con sola aquella en cuya ofensa se ejercitaban las armas españolas. Díganlo tambien los tratados de paces en que se concertaba que fuese libre el comercio entre los vasallos de uno i otro reino.
Bien se conoce que se da buena vida el padre, ¿no te parece, Fabriciano? ¿Y cómo no, compadre? Yo haría lo mismo si tuviese tanta plata como él en el bolsillo. Al oír esto Barragán se encrespó como si le hubiesen hecho una ofensa mortal. Yo no tengo ni plata ni oro, ¿estamos? Y si es que habéis hecho un viaje tan largo para enteraros de ello pudisteis haberlo excusado.
Todos sabían la enemistad que separaba a aquellas dos religiones; pero nadie esperaba una ofensa semejante; así que las palabras del padre Rodríguez: «Aún no sería bastante humilde para nosotros», se perdieron en un murmullo de estupor. Formáronse entonces pláticas diversas. Una predominó y todos acabaron por escuchar.
Se trataba, por lo tanto, de una imperdonable torpeza, de un incidente sencillo, sin la menor importancia, que no pueden jamás constituir una ofensa. Dada la posición social y educación de maese L'Ambert, no podía nadie suponerle capaz de dar un puñetazo a Ayvaz-Bey. Su bien conocida miopía y la semioscuridad del pasaje eran las culpables de todo.
No hubo sensación triste que no experimentara: lo único que no sintió fue arrepentimiento de haberle concedido su cariño, porque la gratitud a las delicias gozadas pudo más que el rencor a la ofensa recibida. En cuanto a reconquistar la posesión de Pepe, lo supuso imposible: llegó a creer que aquella disparidad de fortuna, tantas veces temida, era la causa verdadera del mal.
Leían el memorial, o al menos pasaban la vista por él. ¿Quién sabe si accederían a lo que en él con formas tan respetuosas y sentimentales se solicitaba? Así como es propio del pueblo la ofensa, propio y digno de los reyes es el perdón. ¡El perdón!
Pero aún hay más: a todo esto ha añadido una ofensa cruel, que indica hasta qué punto tiene olvidados los más sagrados deberes filiales. Permítame Vd. que le haga una sola observación. Me consta que las relaciones de Vd. con Pepe no son tan cordiales como debieran... Yo le quiero con toda mi alma, y nada puedo creer de lo que Vd. me dice. Es preciso que yo le hable... Después, veremos.
Veo que es inútil querer infundirle un poco de sentido común... Bueno; accedo á representarle, pero con la condición de que será para arreglar el asunto lógicamente, evitando el duelo. El contratista tomo una actitud caballeresca, como si acabase de recibir una ofensa. No; el duelo lo quiero á muerte. Yo no soy un cobarde ni he venido en busca de arreglos.
Además, que esos caballeros no pueden tener confianza en mí, sin conocerme; y esto no es ofensa, ni aun lo sería, si no la tuviesen, conociéndome. Con esto llegaron al convento. La tía María, que aguardaba a Stein con impaciencia, le llevó a donde estaba el desconocido. Habíanle puesto en la celda prioral, donde apresuradamente, y lo mejor que se pudo, se le había armado una cama.
Palabra del Dia
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