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Actualizado: 21 de junio de 2025
Aquélla... aquélla... murmuró él con fingido desprecio . No sé por dónde anda, ni me importa. Valiente... Sus labios intentaron decir una ofensa, pero no acertaron a formularla. Comprendió que era una villanía hablar mal de Mariquilla, aunque fuese en son de astucia para averiguar su paradero.
Mi hermano ayer espiró De la hambre fatigado, Y mi madre ya ha acabado, Que la hambre la acabó. Y si la hambre y su fuerza No ha rendido mi salud, Es porque la juventud Contra su rigor se esfuerza. Pero como ha tantos dias Que no le hago defensa, No pueden contra su ofensa Las debiles fuerzas mias.
Desde entonces Rosita andaba con la mayor circunspección y gravedad; varias veces noté que al subir una escalera delante de mí, cuidaba de no mostrar ni una línea ni una pulgada más arriba de su hermoso tobillo, y este sistema de fraudulenta ocultación era una ofensa a la dignidad de aquel cuyos ojos habían visto algo más arriba.
Guárdate, guárdate en casa esta noche, que yo no necesito que nadie me dé escolta. El industrioso Quino sintió que el calor subía á sus mejillas y replicó encolerizado: Nada te he dicho, Nolo, que merezca que me insultes de ese modo, y no es de mozos criados en ley de Dios hacer ofensa á los amigos que se han portado bien.
No... no puedo. Me parece que sería faltar a las consideraciones debidas al señor Jalavieux el admitir un tercero entre los dos sin que él lo sepa. He ahí un escrúpulo sutil... Por otra parte, ese señor no lo sabrá. ¿Qué importa? La ofensa existiría aunque fuese ignorada... Puede que esté yo en un error, pero lo siento así.
Roger quiso con dinero aplacar al padre por la muerte del hijo, pero Gregorio menospreció el dinero, y al agravio del hijo muerto se añadió la afrenta del ofrecimiento: con que el bárbaro quedó irritado, aunque encubrió la ofensa para mayor venganza.
-No hay para qué, señor -respondió Sancho-, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios; cuanto más, que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida.
La memoria de la ofensa se deshacía, se disipaba entre las brumas del cerebro. Solo quedaba el tierno recuerdo de un amor feliz y el vivo pesar de no haber podido preservarlo de desgracia. Testimonio irrecusable era este, si lo supiera entender, de que continuaba enamorado y más que nunca.
Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y los puños cerrados. «¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay!
Aunque estuviesen abiertos Los muros y sin defensa, Seriades con ofensa Mal vengados y bien muertos. Mejor es que la ventura Del daño que el cielo ordene, O nos salve, ó nos condene, De la vida ó sepultura.
Palabra del Dia
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