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Actualizado: 12 de mayo de 2025


El miriñaque, con su ruedo de ballestas y flejes, con su amplia circunferencia, era un atavío absurdo, es decir, nos parece ahora extravagante, pues en su época era natural, lógico y aun estético, porque el uso y la costumbre forman una segunda naturaleza. El hábito hace que la locura sea razonable. Dentro del miriñaque el cuerpo iba suelto, desabrigado, como dentro de una nube.

Toda ella me duró la pesadilla, sin un instante de reposo; y puedo afirmarlo, porque al despertarme con la fuerza de la emoción que me produjo la última «horconada» del caballero, dirigida contra uno de los hombres malos que empujaban la nube negra, y resultó ser una persona de Madrid a quien yo conocía mucho de vista y de fama, observé que entraba la luz por el cuarterón de la ventana de mi dormitorio que había quedado a medio cerrar al acostarme.

Cuando, á la caída de la tarde, entró el doctor Aresti en el despacho, el millonario se reanimó, volviendo de un golpe á la vida. ¡Esto es un horno! gritó el médico, ¡Aquí no se puede respirar; qué humareda; parece un incendio! Y se fué á los balcones, abriéndolos para que se disolviera la nube de tabaco en que se envolvía su primo.

Muchas damas y caballeros la siguieron, dispuestos a caer sobre las provisiones de Villamelón como una nube de langostas, y el pasmo de todos fue entonces grande... Sorprendieron al moribundo marqués en un rincón del comedor, apoyado en un trinchero de roble, zampándose en pie y a toda prisa, y mirando a todas partes azorado, una inmensa jícara de suculento chocolate, con una pirámide colosal de dorados picatostes... Pasado el primer susto, y no escuchando ya en la casa otro ruido extraordinario que el incesante ir y venir de la gente que de la calle entraba, Villamelón sintió en toda su pujanza el aguijón más terrible que podía hostigarle: ¡el aguijón del hambre!

Esta tarde caminaba al azar, y no cómo ha sido, he sentido un peso que me oprimía, una nube que turbaba mi vista, un fuego que recorría toda mi sangre, y me he sentado. Un instante después he levantado la vista y he reconocido en la casa que tenía enfrente la mansión de Eulalia. En su habitación había luz. Eulalia ha llegado y se ha detenido detrás del balcón en una contemplación silenciosa.

Jacinta no pensaba en nada importante; Fortunata , y por la mente le pasó toda su historia como envuelta en una nube de fuego. Se le vinieron a la boca palabras duras para increpar a aquella mona del Cielo, que le había quitado lo suyo. ¿Pues no era esto una gran injusticia?

Al gesto con que manifestó su impaciencia, siguió un alzar de hombros que claramente quería decir: «Caiga el chubasco, que el aguase agota también, y tras de la lluvia viene el buen tiempo». Resuelto, pues, a aguardar que descargase la nube, dio comienzo a minucioso examen de sus enseres de camino, enterándose de si abrochaban bien las hebillas del correaje de la manta, y de si su bastón y paraguas iban en debida y conveniente forma liados con el quitasol de Lucía.

De este cielo bajaba un bulto grande á manera de nube, que venia á caer encima del aparador del Rey.

A la orilla de un arroyo Se vén veinte coraceros Dispersados en guerrilla Sobre caballos lijeros; Se ven al frente asomar Bajo los talas y seibos Que baña Santa Lucía Míl y quinientos guerreros; Y el denodado Campon Mandando los coraceros Con firmeza les repite: «Antes que rendirse... ¡fuégoLanzando grito salvaje Viene la tropa de siervos, Como una nube de polvo O una bandada de cuervos.

18 Y entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches. 1 Y el SE

Palabra del Dia

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