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Actualizado: 26 de junio de 2025


Lo más pronto que puedas. Bueno. Adiós. Adiós y prudencia. Martín salió de la iglesia, tomó por la calle Mayor hacia el convento de las Recoletas, paseó arriba y abajo, horas y horas sin llegar a ver a Catalina. Al anochecer tuvo la suerte de verla asomada a una ventana. Martín levantó la mano, y su novia, haciendo como que no le conocía, se retiró de la ventana.

Leyó después la de su padre, escrita el jueves, antes de sentirse mal; las de sus hermanas, entre las que recibió una de la «nena» en que le pedía que al regresar de la estancia le llevara «un pichón de paloma pero que sea todo blanco»; las de sus amigos que invariablemente lamentaban su «partida en secreto, como si no quisieras despedirte»; y luego empezó a leer, por orden de fechas, las cartas de su novia.

Luisa, arrojándose en brazos de Gaspar, exclamó: ¡Gaspar, no te vayas! ¡Quédate con nosotros! El joven se puso muy pálido, y dijo: Soy soldado; me llamo Gaspar Lefèvre; te amo mil veces más que a mi vida; pero un Lefèvre cumple siempre con su deber. Desasiose el joven de los brazos de su novia; Luisa se recostó sobre la mesa y comenzó a gemir en alta voz.

Si no le hubiese retenido el pensamiento de encontrar a Catalina, se hubiera ido a América. Llevaba ya más de un año sin saber nada de su novia; en Urbia se ignoraba su paradero, se decía que doña Águeda había muerto, pero no se hallaba confirmada la noticia.

En uno vió á Juanito Pelaez al lado de una mujer, vestida de blanco con un velo transparente: en ella reconoció á Paulita Gómez. ¡La Paulita! exclamó sorprendido. Y viendo que en efecto era ella, en traje de novia, con Juanito Pelaez, como si viniesen de la iglesia, ¡Pobre Isagani! murmuró ¿qué se habrá hecho de él?

Todos palmeteaban y chillaban jaleando á los bailadores. Algunos tomaron puñados de almendras de la mesa y las arrojaron al aire, cayendo como una nube sobre ellos. La novia se fatigó antes que el padrino. Esto causó gran regocijo. El viejo fué felicitado con entusiasmo. Pepa, jadeante, dijo: Que baile ahora Soledad para quitarles á ustedes el amargor de la boca.

No hay más D. Romualdo que el pordioseo bendito, y a eso voy, y veremos si cae algo, con permiso de la Caporala». El día era bueno; al entrar, díjole Pulido que había funeral de primera, y boda en la sacristía. La novia era sobrina de un ministro pleniputenciano, y el novio... cosa de periódicos. Ocupó Benina su puesto, y se estrenó con dos céntimos que le dio una señora.

Se daba por seguro que la voluntad de la novia había sido forzada, y aun se decía que durante algunos meses se había negado a compartir el tálamo con su marido. Todavía más.

Estaba tan preocupado con la lectura poética, que, por un momento, la figura de mi novia aparecía en segundo término dentro de mi espíritu. La encontré más grave y preocupada. Cuando le hablé de la escena de la noche anterior, mostrándome muy contento por su resultado, me dijo: No te fíes... ¿Sabes algo?...

Y así que acababa su charla con la novia, metíase en la tienda de bebidas, donde le esperaban los obsequiantes, unas veces amigos entusiastas, otras desconocidos que deseaban beberse unas cañas con el torero.

Palabra del Dia

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