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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Este medicamento ¿será preferible á la nuez vómica, á la brionia, y á la manzanilla, en la ictericia producida por una rápida concentracion, efecto de un susto ó de un frio escesivo, puesto que desarrolla en la piel calor y sequedad, prurito violento con el calor de la cama, una especie de descamacion general del epidérmis, náuseas, gusto amargo, vómitos verdosos, sensibilidad y punzadas en la region hepática?

En cuanto a la oración, Ana decía que recitar de memoria plegarias era un ejercicio inútil, soporífero, que irritaba los nervios; las repetía cien veces, para fijar en ellas la atención, y llegaba a sentir náuseas antes de conseguir un poco de fervor.... «Nada, nada de eso; no hay cosa peor que rezar así, respondía el Magistral; a la oración ya llegaremos; por ahora en este punto basta con sus antiguas devociones». Y, aunque temiendo los peligros de la fantasía de Ana, por no perder terreno, tenía que dejarla abandonarse a los espontáneos arranques de ternura piadosa que venían sin saber cómo, a lo mejor, provocados por cualquier accidente que ninguna relación parecía tener con las ideas religiosas.

Tenéis razón; yo no veo en el mundo, alrededor mío, aturdiéndome siempre con su charla insoportable, dándome náuseas con su vanidad estúpida, repugnándome con sus vergonzosos vicios, más que miserables divididos en dos mitades: los comidos y los que comen; tenéis razón, yo no tengo alma ni corazón ni más que indiferencia, ó hastío ó mala intención, para el mundo; pero yo, en medio de ese mundo, tengo un pequeño mundo mío, que me consuela del otro, por el que lucho, por el que vivo, para el que tengo alma, corazón, amor, lágrimas; el uno, el primero de esos cuatro seres, es el duque de Osuna, alma grande, noble y generosa, cuyo pensamiento comprende el mío, cuyo corazón no late sino por lo grande, por lo verdaderamente grande, y que tan grande es, que los que no le comprenden le llaman extravagante; el duque y yo nos fuimos aproximando el uno al otro insensiblemente, porque debíamos estrechar la distancia que nos separaba; nos unimos al fin, porque era necesario que nos uniéramos, y al cabo nos confundimos de tal modo, que el duque se reflejó en , y yo me reflejo en el duque; que yo sin Osuna sería un filósofo arrinconado, y Osuna sin un águila sin alas.

Claro que cuantos más de estos sencillos artefactos venían a mi poder, las torturas eran mayores y más prolongadas. Llegó al punto que no podía ver uno en poder de alguna señorita, que se relacionase más o menos con conocidas mías, sin sentirme acometido de congojas y sudores fríos, y alguna vez de calambres y náuseas.

Todos comían mucho, menos don Pompeyo, a quien la emoción apretaba la garganta. Desde el segundo plato comenzó a atormentarle un cuidado. «Estoy, pensó, en el ineludible compromiso de brindar; tengo que improvisar un discurso». Y ya no comió bocado que le aprovechase. Oía hablar como quien oye llover: sonreía a derecha e izquierda, contestaba con monosílabos, pero él pensaba en su brindis; las orejas se le convertían en brasas y a veces sentía náuseas y temblor de piernas. En resumidas cuentas, estaba pasando un mal rato.

En tal estado, la cabeza está siempre pesada, dolorida, con vértigos y náuseas, ó presion sentida ordinariamente de dentro afuera como en la belladona. =B.= Estado crónico. Este estado sobreviene poco á poco, despues de una duracion variable, pero siempre larga, del período precedente.

Inmediatamente, encolerizada, le arrojé mi dimisión a la cabeza y exigí en el acto mi libertad. En seguida vino una noche en ferrocarril, una noche de pesado embotamiento, en el ruido ensordecedor del vagón; una mañana pasada tiritando entre baúles y cajas de sombreros, en una sala de espera desierta, cuyo olor a cerveza me daba náuseas.

Quiso hablar la enferma, y, al parecer, hasta pronunciar un discurso, porque procuró incorporarse, y extendió los brazos; pero el esfuerzo le produjo náuseas, y Bonis, sin tiempo para retirarse un poco, corrió la misma borrasca de que se estaba secando el tío. Körner, discretamente, retrocedió un paso.

Resolvíase luego la punzada en dolor gravitativo, extendiéndose como un cerco de hierro por todo el cráneo. El trastorno general no se hacía esperar, ansiedad, náuseas, ganas de moverse, a las que seguían inmediatamente ganas más vivas todavía de estarse quieto. Esto no podía ser, y por fin le entraba aquella desazón epiléptica, aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo.

El apetito es nulo ó pervertido; hay náuseas, digestiones difíciles; la de las frutas es laboriosa y se desarrollan gases; el estómago y el vientre están lánguidos, doloridos, timpanizados, con acedías. La tos es seca, y los pocos esputos que se presentan tienen un olor como de moho.

Palabra del Dia

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