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Actualizado: 19 de junio de 2025


Con estas pláticas y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se quedó, que venía a ver una parienta suya. Yo pasé adelante pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y enhorabuena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un libro hacía unas rayas que medía con un compás.

Pero lejos de indignarse, rompía en elogios del tío Alcaparrón, un hombre de iniciativas que, cansado de pasar hambre en Jerez y verse en peligro de ir a la cárcel siempre que se extraviaba un asno o una mula, se había echado al hombro la guitarra, no parando con todo su «ganao», como él llamaba a las hijas, hasta el mismo París.

Y ya se estaba poniendo en pie para ir a verla, y arreglándose Sol los cabellos, aquellos cabellos suyos finos, de color castaño con reflejos dorados, cuando a un tiempo se oyeron dos diversos ruidos: uno en el cuarto de Ana, como de mucha gente que se moviera y hablara agitadamente, otro a la puerta de la calle, donde, con aire desembarazado, saltaba un hombre opuesto, de una mula de camino.

El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos.

No es necesario decir lo satisfecho que iría Tistet Védène al salir del salón del Solio, y con qué impaciencia aguardó la ceremonia del siguiente día; pero mucho más satisfecha e impaciente que el bribón estaba la mula. Desde el regreso de Védène hasta las vísperas del siguiente día, la vengativa bestia no cesó de atiborrarse de avena y cocear la pared con los cascos de atrás.

La altura contribuye mucho, pero sobre todo, su exposición a los vientos que entran silbando por dos o tres aberturas de los cerros circunvecinos. ¡Con qué placer lancé mi caballo al galope por la extensa calzada! Es una fruición sin igual para el que viene deshecho por el paso de la mula.

Los indios las emplean, por su resistencia y poco peso, para hacer las parihuelas en que transportan a hombros todo aquello que no puede ser conducido por una mula, como pianos, espejos, maquinarias, muebles, etc. Vamos encontrando a cada paso caravanas de indios portadores, conduciendo el eterno piano. Rara es la casa de Bogotá, que no lo tiene, aun las más humildes.

¡Es un zonzo! Y la inspiración vino bruscamente, y como siempre, a mi hermana, con furibunda risa y marcha triunfal: ¡Tío Alfonso... es un zonzo! ¡Tío Alfonso... es un zonzo! Cuando un rato después tropecé con el padrastrillo, me pareció, por su mirada, que nos había oído. Pero ya habíamos planteado la historia del Cigarro Pateador, epíteto éste a la mayor gloria de la mula Maud.

Una mañana, al romper el día, D. Salvador, que había hecho noche entre Santa Ana y Chinche, después de haber dejado a su izquierda una pequeña población llamada Buenos Aires, cerca de Chancamayo, la que, según me decía, le había hecho acordarse de los porteños; una mañana, pues, se puso nuevamente en camino, con el espíritu alegre, la mula descansada y caliente el estómago con un trago de aguardiente.

Lázaro cruzó ante ellos sin detenerse, pidió albergue, ajustó una mula para ir hasta su pueblo al otro día, y, encerrándose en un estrecho cuarto, se dispuso a pasar la noche. Caía la tarde.

Palabra del Dia

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