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Actualizado: 18 de mayo de 2025


No sólo dirigía con particular esmero la conciencia de las que mejor lo representaban en Peñascosa, apacentaba sus ovejitas con amor, sin dejar por eso de arrojar alguna piedra a la que se extraviaba, como pastor diligente que era, sino que a fuerza de muchos desvelos había logrado fundar una cofradía, establecida ya en otros puntos de España y el extranjero, la cofradía de las Hijas de María.

Es preciso que yo lo sepa; pero apúrate, apúrate, que ya empieza a repicar la campanilla. El señor desconocido me tomó la mano; fijó largo rato sus ojos penetrantes en los míos, como si quisiera indagar con su mirada el fondo de mi alma. Mi corazón latía violentamente, mi espíritu se extraviaba, una nube me empañaba la vista. Pero, ¿qué te preguntó?

Porque la expiación que aceptas se ha hecho extensiva á tu madre y á tu hermana, y esto no es justo. La cara de Jacobo se contrajo y su mirada se puso triste. ; por eso he de ser severo para los que me han perseguido con su odio. Me extraviaba, madre mía, cuando hablé de misericordia, de dulzura y de caridad.

«No había allí barreras, en aquel momento, entre el templo y el mundo; la naturaleza entraba a borbotones por la puerta de la iglesia; en la música del órgano había recuerdos del verano, de las romerías alegres del campo, de los cánticos de los marineros a la orilla del mar; y había olor a tomillo y a madreselva, y olor a la playa, y olor arisco del monte, y dominándolos a todos olor místico, de poesía inefable... que arrancaba lágrimas...». La vigilia exaltaba los nervios de la Regenta.... Su pensamiento al remontarse se extraviaba y al difundirse se desvanecía.... Apoyó la cabeza contra la panza churrigueresca de un altar de piedra, nuevo, que era el principal de la capilla en que estaba, sumida en la sombra.

Mientras que me extraviaba en las selvas célticas, siguiendo los pasos de la señorita Helouin, á la que no falta sino un poco de gordura para ser una druidesa muy pasable, la viuda del agente de cambio, colocada cerca de nosotros, hacía resonar los ecos de una queja continua y monótona como la de un ciego; se habían olvidado de ponerle su calentador, se le servía un potaje frío, se le presentaban huesos descarnados; ved ahí cómo se la trataba.

Pero lejos de indignarse, rompía en elogios del tío Alcaparrón, un hombre de iniciativas que, cansado de pasar hambre en Jerez y verse en peligro de ir a la cárcel siempre que se extraviaba un asno o una mula, se había echado al hombro la guitarra, no parando con todo su «ganao», como él llamaba a las hijas, hasta el mismo París.

Llevaba ya lloviendo un cuarto de luna. Entre el bosque innumerable de menudos y apretados chorros de agua, desde la tierra al cielo, y cuya tupida y abovedada ramazón eran las nubes grises y cárdenas, el tembloroso lamento de las campanas basilicales se extraviaba y desfallecía. Era un domingo, noche ya.

Palabra del Dia

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