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Actualizado: 7 de julio de 2025


El salón y las luces brillaban para Muñoz como algo irreal. Hería sus nervios el rumor de las conversaciones y de las risas alegres. Las personas que más conocía le parecieron nuevas, casi extrañas. Se puso a cavilar. ¿Por qué Adriana no se había detenido? ¿Por qué su cara no demostró siquiera placer de verle después de tres semanas?

Beña, poeta de circunstancias, a quien yo vi en casa de doña Flora. ¡Y recomendaba a los padres de la patria que imitasen en su atavío al gran D. Pedro, pasmo de los chicos y alboroto de paseantes! ¡Qué bonitos habrían estado Argüelles, Muñoz Torrero, García Herreros, Ruiz Padrón, Inguanzo, Mejía, Gallego, Quintana, Toreno y demás insignes varones, vestidos de arlequines!

La señora González celebró que ambos jóvenes fueran amigos y luego deploró que Adriana, por la hora, hubiese tenido que marcharse. Lo malo ha sido que a usted se le ocurriese venir tan tarde, añadió dirigiéndose a Muñoz y esto le sucede por andar tan perdido de aquí, donde se le aprecia y se le quiere tanto.

Veinticinco años había pasado Páez en Cuba sin oír misa, y el único libro religioso que trajo de América fue el Evangelio del pueblo del señor Henao y Muñoz; no porque fuese Páez demócrata, ¡Dios le librase! sino porque le gustaba mucho el estilo cortado. Creía firmemente que Dios era una invención de los curas; por lo menos en la Isla no había Dios.

Raquel, por toda respuesta, la miró con expresión de cansancio y de disgusto; y se marchó después de arrojar dos cartas sobre una mesita. Adriana quedó pensativa por largo rato, jugando con las cartas. Después abrió una, que era de Muñoz y la leyó rápidamente. Se trataba de un ultimátum.

Por lo menos, murmuró Muñoz sardónicamente, un marido que se hubiese casado con tu Beatriz no tendría nada que temer. Y sospechaba que la Beatriz de Julio era Adriana. Ambos quedaron repentinamente callados, sin poder reanudar la conversación. Julio se despidió.

Y habrán quedado a comer, los dos, para luego seguir conversando; por eso me ha dicho el sirviente que no volvería antes de la una". Y Muñoz experimentaba una nueva y muy extraña sensación de desahogo revolviéndose en el corazón, mediante tales conjeturas, el puñal atravesado de los celos. Pero no había andado veinte pasos por la acera, cuando vio llegar a Julio en un carruaje.

Insistió, sobre todo, en que se marchara Muñoz. El señor Molina dispuso que nadie la contrariara. Ahora miraba a su sobrina con otros ojos, intimidado por ella y por el enigma de su actitud. Adriana se echó vestida en la cama y durmió durante varias horas. Cuando quisieron despertarla no se movió. Parecía el suyo un sueño de muerte.

Raro parece que Fernández de Navarrete, tan entendido en materias náuticas y tan escrupuloso en las investigaciones de su historia, al censurar con razón á los que atribuyen á Caboto y navegantes posteriores el descubrimiento de la variación, por que lo dijeran Muñoz y los que cita, incurriera en el mismo error de atribuirla á Colón y en el de pensar que se obscurezca su mérito con negarle éste que no le pertenece.

¡Es un caso de gran pasión! gritó uno de los compañeros de Castilla. Si no vas te tomará por un marica. Y nosotros también. Otro hizo un chiste que provocó carcajadas ruidosas, y como Muñoz no respondiera, comenzaron a dar fuertes golpes en la puerta.

Palabra del Dia

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