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Actualizado: 7 de julio de 2025


La hora se me pasó, mamá me espera... Muñoz, tenemos que hablar, ya ; le avisaré a Charito para encontrarnos una tarde aquí. Adiós, adiós. Julio, retenido un minuto por Lucía, la vio salir como huyendo. Tanto había conturbado a Muñoz la aparición momentánea de Adriana y tan lejos estaba de suponer que Julio frecuentaba la casa de Charito, que no le reconoció en el primer momento.

Si no quedó ninguno como asegura el Obispo Múñoz, de donde salieron éstos? Cómo tan gran mudanza en tan pocos años? Si es que fue mudanza de estado a estado, y no continuación en la misma perfidia, que solo en lo exterior, y por puras conveniencias se abjuró. Lo mismo observó Paramo lib. 2.

Y como quiera que tal indiferencia la tenía también para los demás compañeros, le consideraba un espíritu frío, incapaz de simpatía. Sin embargo, en cierta ocasión le desconcertó su extraño apasionamiento al discutir en clase con el profesor. Por otra parte, muchas ideas de su amigo eran para Muñoz incomprensibles y a veces absurdas. Ahora, desde hacía tiempo, habían dejado de frecuentarse.

Muñoz escuchaba a Julio con intermitencias; la sugestión de sus palabras alternaba en su espíritu con la angustia punzante de su amor encelado; se imaginaba a su novia casada con otro, un niño rubio en los brazos y recatada como la Virgen. Y una risa sarcástica se escapó de sus labios. Pero las circunstancias, prosiguió Julio, te ponen en la ocasión de verla con frecuencia.

En el verano la siguió a las sierras de Córdoba y Adriana, después de algunas vacilaciones que le sumergieron en terribles zozobras, le aceptó como novio, pero con la condición de mantener el compromiso secreto, "para que nuestro amor decía no pierda el encanto de la intimidad". El noviazgo la hizo más reservada, más indiferente. Muñoz era otro desde entonces.

No obsta lo que va expuesto para que reconozcamos el notable talento poético del señor Muñoz y Pabón, la fresca lozanía, la luz y el colorido que pone en sus pinturas y la pasión entusiasta con que las anima. Acaso los inconvenientes que veo yo en el género no lo sean para niños o para lectores de mucha fe y de poca malicia.

Muñoz le apreciaba mucho, pero sin tenerle afecto; por el contrario, siempre había experimentado contra él una especie de recelo instintivo, una vaga hostilidad a causa de su reserva. Más de una vez le había hecho confidencias íntimas, sin que Julio le correspondiera nunca de la misma suerte.

Muñoz y Pabón posee no comunes dotes de escritor y de poeta, mientras que por otra parte, presumo yo que movido el autor por su gran piedad religiosa, tal vez sobrado cándida e irreflexiva, ha tomado para asunto de sus cantos, o mejor diré de sus narraciones en romances, ya que se trata de un Romancero, algo a mi ver delicado en extremo y ocasionadísimo a incurrir en faltas.

Luego le detuvo en el vestíbulo, por la idea del retrato desaparecido, cuyos fragmentos apretaba nerviosamente en el bolsillo. Entonces, como Julio, sin atenderle, se dejara caer en un sillón, le miró: había cerrado los ojos, palidísimo, y apoyaba la cara de perfil en el respaldo; una de sus manos colgaba inerte. Se sorprendió Muñoz extraordinariamente. En seguida una alegría frenética le agitó.

Y consideró que se perdería definitivamente, en el espíritu de Adriana, si no era capaz de aquella decidida entereza. Ella al entrar le miró con naturalidad, y murmurando un breve: "¿Cómo está, Muñoz?", cruzó el vestíbulo.

Palabra del Dia

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