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Actualizado: 7 de julio de 2025


La parte de la tierra, tal vez, te corresponda a ti. Muñoz no pudo sacarle más una palabra. Y se retiró intrigado por aquella última frase. En la calle tiró los fragmentos del retrato de Adriana. Pero al punto, desandando el trecho andado, volvió a recogerlos. Durante largo rato todavía quedó Julio abatido por la gravedad de la imprevista catástrofe.

Ella dejó ambas cartas en la mesita y su mirada pasó de una a otra, vagamente, como si estuviera viendo flotar las imágenes tan profundamente diversas que cada una de ellas despertaba en su alma. Ricardo Muñoz había terminado sus estudios en la Facultad de Derecho, dos años atrás. Era serio y reflexivo por naturaleza.

Su graciosa actitud hablaba: "¿Qué podrá pasar? Lástima no poder oír lo que éstos van a decirse". Adriana se sentó. Muñoz, mudo, casi no la veía. La impresión de hallarse de nuevo con ella, le infiltraba una extraña insensibilidad. Sin atreverse a mirarla en los ojos, se puso a observar atentamente la gargantilla de perlas en el triángulo de blancura que dejaba el breve escote.

De la tonadillera; fui a verla. Muñoz respondió con una evasiva, pidiéndole en seguida, muy serio, que le dejara solo. El otro le miró perplejo. Estás realmente mal, porque venir a buscar soledad a los recibos... no me explico. Era Castilla un joven alto, afilado, rosado, ojos muy saltones en la cara de ángulos finos y cabellos lisos sobre la cabeza redonda.

Y Raquel, acalorándose, procuró convencerla de que si ella se casaba con Muñoz y Laura se quedaba sin embargo sin el amor de Julio, su sacrificio sería un desatino inútil. Adriana, sin responder, hizo un gesto de cansancio. Sus ojos anegados de tristeza parecían explicarle todo lo que no podía decir con palabras.

, era mejor guardar, de Julio, esta idea pura, despojada de su realidad, apartada de la vida en que toda cosa ideal se anula. La realidad era su novio, Ricardo Muñoz. Se habían comprometido durante la última temporada en las sierras de Córdoba y ella estaba segura de no quererle.

Calló, cubriéndose los ojos, y esperó la respuesta de Adriana. El calor de sus propias palabras había traído a su ánimo una serenidad desconocida. Yo lo escucho, Muñoz, dijo ella y comprendo que si usted me hubiese hablado así en otro tiempo, no habrían pasado muchas cosas... No me parecería un desatino, al menos, esta pasión suya... Usted no es el de antes... , un desatino.

Pero en seguida, con un aire de gran resolución, acercándose más a Muñoz, le habló en voz baja, insinuante, una voz que no parecía la suya. Óigame... Todo lo anterior, lo que ha sucedido en estos últimos meses, ha sido farsa, pura coquetería de mi parte, por ver si usted de veras me quería. Tal vez lo hice inconscientemente.

Cualquiera que usted festeje lo querrá... Nadie podría ser feliz si tomara las cosas como usted las toma y si no pudiera, en ocasiones, cambiar de cariño, cuando no hay otro remedio. Sea razonable, Muñoz. Hubiera sido difícil decir si era ternura o simple piedad lo que temblaba en la caricia de su actitud insinuante, dulce.

Yo no pasaría tanto cuidado si Raquel no anduviese preocupada ella también. " no intervengas para nada me ha dicho hoy si algo grave le sucede, no serás la que pueda remediarlo". Y así las dos me dejan con las manos atadas. Y por el mismo Muñoz, hija, ¿nada has podido averiguar? Pero si él sabe menos que yo, ni está en estado de preocuparse.

Palabra del Dia

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