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Actualizado: 19 de junio de 2025
Entre los que trataba más mal, figuraba un joven llamado Salville, a quien llamaba el bello Salville, y que era, según decía, el más estúpido director del cotillón que jamás hubiese conocido. A la señora de Maurescamp, menos amarga, le parecía bello, y buen muchacho, sobre lo cual, la señora de Hermany le reprochaba, riendo, su gusto de pensionista y lavandera, por los mosquitos.
Me remangué los pantalones y salí a la calle. ¡Pues qué! Yo que he aguantado sin pestañear noches enteras todas las leyendas de la Edad-Media que el Sr. Velarde y otros ilustres mosquitos líricos de su misma familia, han dejado caer desde la tribuna del Ateneo, ¿flaquearía ahora ante unas miserables gotas de agua?
La resistencia de aquellos hombres para los trabajos agobiadores que se les imponen, especialmente bajo ese clima, su frugalidad increíble, la manera cómo duermen, desnudos, tirados sobre la cubierta, insensibles a los millares de mosquitos que los cubren; su alegría constante, su espontaneidad para el trabajo, me causaba una admiración a cada instante creciente.
Metidos casi siempre en el agua para arrastrar la canoa y enteramente descalzos, durante el dia nos veiamos atormentados por las picaduras ponzoñosas de los jejenes á los que reemplazaban por la noche enjambres de mosquitos mas encarnizados todavía.
En el fondo del arco, sobre las vallas de madera que lo obstruían a medias, abríase un medio punto azul y luminoso, dejando visible un pedazo de cielo, el tejado de la plaza y una sección de graderío con la multitud compacta y hormigueante, en la que parecían palpitar, cual mosquitos de colores, los abanicos y los papeles.
Había dormido a la intemperie, sin más cama que el «recado» de su caballo, bajo el frío de las tierras del Sur, o rodeado de nubes de mosquitos en los campos del Norte. Había ayudado muchas veces, con los compañeros de viaje, a tirar de la diligencia atascada en un barrizal al que llamaban carretera. En otras ocasiones le había sorprendido una creciente de aguas, que ahogaba a las bestias de tiro.
Mas teniendo noticia que querian Echarle de la tierra, se ha salido Huyendo á media noche, y acudian Algunos en su busca, dò escondido Estaba, y los mosquitos le comian, Que en toda aquella noche no ha dormido. A su casa le vuelven, dó se queda, En tanto que fortuna vuelve y rueda.
Tenía poco en qué escoger, por estar todo el país poblado de espesísimos bosques: sólo entre los Tapacurás y Paunacas se descubría un valle, mas por la mayor parte estaba lleno de lagunas y pantanos, fuera de haber en él infinita multitud de mosquitos y tábanos que de día y de noche causaban insufrible molestia.
No seré yo el que niegue que haya en nosotros algo de esa malicia picaresca, con que se zahiere una cosa ridícula; algo tal vez de ese sabor áspero que siente el español, cuando cata un manjar de nuestros vecinos; puede que haya eso en nosotros, sin que nosotros lo sepamos, como sin saberlo nosotros nos pican los mosquitos durante el sueño; pero esto no quita que en lo que decimos haya un gran fondo de verdad.
Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables.
Palabra del Dia
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