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Actualizado: 12 de junio de 2025


La alta nave se encontraba obscura y desierta; en medio, delante del altar mayor, la cerora y el sacristán iban vistiendo de negro un catafalco mortuorio; en el suelo se entreveían una porción de objetos, trozos de madera, en donde se arrollan las cerillas amarillentas, y cestas con paños negros.

Y a ratos, cuando sus manos se cansaban de acariciar las manos, los cabellos, las ropas de la muerta, se las llevaba al cuello con ademán violento, cual si quisiera estrangularse: entonces los criados, todas las personas que habían acudido, trataban de consolarle, de arrancarle a ese espectáculo cruel; pero él, con ímpetu salvaje, rechazaba a todos lejos de , extendía los brazos, se paraba, y después de recorrer con paso inseguro, cual si estuviera ebrio, el cuarto mortuorio, volvía a desplomarse junto al cadáver.

El no iba a misa, pero sentía gran respeto por la religión, como una autoridad más de las que hacen marchar al hombre derecho. Por eso deseaba casarse como Dios manda. Aquella pájara que tanta guerra le dio en su matrimonio debía de haber muerto; habría reventado en el Hospital de San Juan de Dios o en medio de la calle. Sólo faltaba sacar el «mortuorio», y se casaban inmediatamente.

Esta mañana me paseaba por aquel lado, entregado a los más dulces pensamientos que de costumbre, cuando los sonidos lúgubres, distintos y prolongados del acero mortuorio, vinieron a distraerme de mis sueños del pasado. Retrocedí en dirección al pueblo y vi, en el ángulo del camino, un cortejo que avanzaba lentamente, recitando plegarias en voz baja.

Esta es su bandera que ha perdido a principio del combate, y que «va a recobrar dice a sus soldados dispersos aunque sea en la puerta del infierno». La muerte, el espanto, el infierno, se presentan en el pabellón y la proclama del general de los Llanos. ¿Habéis visto este mismo paño mortuorio sobre el féretro de los muertos cuando el sacerdote canta Portæ inferi?

La doncella estaba en el cuarto mortuorio, prestando al cuerpo de su patrona, antes de que se lo llevaran, los últimos servicios piadosos; después de haber lavado la sangre de la frente y la mejilla, le había arreglado los cabellos y cruzado las manos sobre el pecho, poniendo entre ellas un rosario. La pobrecilla no veía lo que hacía, tan espeso era el velo de lágrimas que le cubría los ojos.

Le amortajó, fue tras el féretro hasta la puerta de la escalera, y en seguida, sin que parientes ni amigos pudiesen contenerla, corrió al gabinete, y pegando el rostro al vidrio del balcón, vio ponerse en marcha el cortejo fúnebre, desplomándose sobre la alfombra, rendida a la pesadumbre del dolor cuando dobló la esquina el carro mortuorio. Y al volver en , ¡qué horrible le pareció la soledad!

María seguía orando en el cuarto de su madre. Las luces pálidas de la aurora sorprendiéronla todavía de rodillas con la mirada puesta en el cielo. Las hachas de cera, que ella misma había cuidado de colocar en torno del lecho mortuorio, ardían melancólicamente, rompiendo con su cruda luz amarilla la tibia claridad que envolvía la estancia. Nadie osaba distraerla de su devota meditación.

Estos raros fenómenos o alucinaciones en que Felicita se veía envuelta, a causa, tal vez, de la debilidad, se exageraron cuando entró, en el cuarto mortuorio. Parecióle que la descomposición y descuartizamiento de que era víctima el mundo se verificaban con mayor saña y absurdidad, como obedeciendo a un designio diabólico, en el cadáver de Anselmo Novillo.

Palabra del Dia

rigoleto

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