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Cuatro hombres que llevaban un ataúd cubierto con un lienzo, abrían la fúnebre comitiva, y a su lado otras tantas jóvenes, vestidas de blanco, con el cabello tendido, los ojos enrojecidos por las lágrimas, el seno palpitante por los suspiros, que, con una mano, levantaban los extremos del paño mortuorio.

Yo rezaré entretanto. Y entrando de nuevo en la estancia, arrodillose al lado del lecho mortuorio, sacó su breviario, y a la luz parpadeante de los blandones, fue leyendo en voz alta, compuesta y grave, las cláusulas melancólicas del oficio de difuntos.

Miseriucas del corazón humano. Por lo demás, ocurrió lo de costumbre en tales ocasiones: varios días de duelo, más o menos cordial; visitas de íntimos a todas horas del día y de la noche; cumplimientos falsos de amigos cumplimenteros; tertulias reducidísimas y taciturnas, los primeros días, que fueron poco a poco animándose y creciendo; un luto reducido al mínimum de lo que permiten las cláusulas de lo regulado para tales ocasiones; transformación radical del gabinete mortuorio, por renovación de muebles y decorado, etcétera, etc... y a las tres semanas, desaparición completa de toda huella material del breve y doloroso tránsito de aquel desdichado ser por las asperezas de la vida, y absoluto olvido de su nombre en las conversaciones y en la memoria de los vivos.

En seguida, viéndolos a todos estupefactos, añadió: , mi hija, una pobre niña que vino al mundo hace quince años, sin grandes ceremonias y en un lecho mortuorio... He sido casado, amigos míos, y si algunos de vosotros no lo han sabido, es porque me han quedado de aquella corta unión impresiones tan dolorosas, que trato de olvidarlas.

Escapándose de entre las manos de una criada que se esforzaba por retenerla, se echó de rodillas al lado del ataúd y lo estrechó en sus brazos en un movimiento apasionado, como si la muerta pudiera sentir todavía su presión, y ocultó la llorosa cara entre los pliegues del paño mortuorio.

Ella es la que recibe su postrer suspiro, ella la que con solícita ternura baña y lava su cuerpo, ella la que le amortaja en siete blancos y finísimos lienzos, ungiéndole con preciosos aromas la frente, las manos, los piés y las rodillas, ella, en fin, la que, asistida de sus esclavas, le deposita en su lecho mortuorio . Allí yace, en una de las estancias de su alcázar, cubierto con las mismas blancas vestiduras que son el distintivo de su preclaro linage, el sabio, el virtuoso, el victorioso, el afamado Abde-r-rahman, llorado por sus mugeres, sus hijos, sus consejeros, sus oficiales, sus protegidos, sus soldados, sus servidores y esclavos, por todos los que ayer le cercaban respetuosos mostrándole en sus labios la sonrisa del afecto ó de la lisonja.

Sacada la huerta de las veinte e dos aranzadas que dicen Aliatar que recebió el obispo en cambio e entrega por la ofrenda e por el mortuorio que habia el obispo en la capilla, e fincó en el cabildo la dicha ofrenda.

Poco a poco fue tomando el dolor de Segismundo acentos más tranquilos, y sentado a la cabecera del lecho mortuorio, habló con la santa de un asunto que necesariamente y por la fuerza de la realidad se imponía. «¡Ah!, no señora; dispense usted. Los gastos del entierro los pago yo. Quiero tener esa satisfacción. No me la quite usted, por Dios...».

No parece sino que el gran Misántropo presintió la ruina del imperio de Carlos V, y levantó un padrón mortuorio en conmemoración de la grandeza de España. En adelante los Carlos de Austria se llamarían Carlos II, los Felipes, Felipe IV, et sic de cæteris. Pasé por Olmedo, donde hace cuatro siglos se dieron dos batallas, la una en 1445, la otra en 1466.

También la cubierta del libro era negra, con broches de plata, como un libro mortuorio y su sola vista expresaba la tristeza y el dolor que debían haber amargado la vida de aquella desventurada. El juez recorrió rápidamente las tapas: la letra era más bien grande, delgada, poco acentuada, elegante y de una nitidez admirable. Casi las tres cuartas partes del libro estaban escritas.