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Actualizado: 12 de junio de 2025


Muchas veces, al hablar de Gallardo, «un chico valiente pero con poco arte», miraban temerosos hacia la puerta. Que viene Pepe decían, y la conversación quedaba rota. Entraba Pepe agitando sobre su cabeza el papel de un telegrama. ¿Tienen ustedes noticias de Santander?... Aquí están: Gallardo, dos estocadas dos toros, y en el segundo la oreja. Nada; lo que yo digo: ¡el primer hombre del mundo!

La clase no se mide por la fortuna, hija mía; es la opinión de todas las personas de corazón y ahí tienes como prueba las delicadas atenciones del señor Neris y la solicitud significativa de su sobrino. Seguramente no te miraban como una vulgar institutriz. La misma señorita de Candore no hubiera podido recibir más respetuosos homenajes. ¿Crees ?

Sus ojos, rehusando ver la realidad, miraban en su interior el cuadro que su imaginación inquieta les presentaba. En lugar de aquella sala de teatro, donde florecían hermosas mujeres entre terciopelo rojo, oro y brillantes, tenía la percepción de un cuarto sombrío, de la cama de su padre y bajo la luz velada de la lámpara, inclinado sobre un montón de papeles, de un rostro grave y pensativo.

Otras, suspensa la mano sobre el bastidor, miraban a las monjas y se pasmaban de su serenidad. En aquel instante apareció en la sala una figura extraña. Era Sor Marcela, una monja vieja, coja y casi enana, la más desdichada estampa de mujer que puede imaginarse.

Sinang varias veces castañeteó y su madre no la pellizcó, quizás porque estuviese abismada ó porque juzgase que un joyero como Simoun no iba á tratar de ganar cinco pesos más ó menos por una exclamacion más ó menos indiscreta. Todos miraban las piedras, ninguno manifestaba el menor deseo de tocarlas, tenían miedo. La curiosidad estaba embotada por la sorpresa.

Después de Pedro los menos bulliciosos eran la Regenta y el Magistral; a veces se miraban, se sonreían, De Pas dirigía la palabra a Anita de rato en rato, tendiendo hacia ella el busto por detrás de la Marquesa, para hacerse oír; don Álvaro los observaba entonces, silencioso, cejijunto, sin pensar que le miraba Visitación, que estaba a su lado.

María comenzó a observar con gozo íntimo, del cual se acusaba a su confesor bañada en lágrimas, que infundía admiración y respeto a la gente; que cuando salía a la calle la saludaban algunos con frases de elogio y cuando estaba en la iglesia la miraban todos los fieles con particular insistencia.

Luciana estaba muy pálida y sus ojos irritados indicaban un largo insomnio. Me tomó la mano, la conservó en la suya, cuyo calor me quemaba a través de mi guante, y me dijo: Gracias por haber venido... Es usted buena, Elena, y se puede fiar en usted, ¿no es verdad? Sus ojos me miraban como si buscasen mi alma en el fondo de los míos.

Al hablar se miraban de frente con una fijeza curiosa, como extrañados de no haberse conocido antes, adivinando cada uno con rápida clarividencia lo que pensaba el otro; pensamientos que se desarrollaban fuera del curso de sus palabras. Al día siguiente sintieron la necesidad de verse... y al otro... y al otro.

A su madre la he encontrado después en Altavilla y he echado un párrafo con ella respondió gravemente y con afectada naturalidad. La mayor parte de los tertulios le miraban sonrientes con expresión de malicia reservada que sorprendió a Fernanda. Sólo las dos señoritas de Meré y Granate permanecieron impasibles, sin darse cuenta de lo que se hablaba.

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