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Actualizado: 12 de junio de 2025
Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos, con tanto donaire y desenvoltura, que tras los pies se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andrés, que así se iban entre los pies de Preciosa como si allí tuvieran el centro de su gloria.
Butrón y Morel tomaron asiento y Roger no tardó en distinguir entre los grupos de apuestos caballeros á uno que hacia él se dirigía y á quienes todos saludaban con respeto y miraban con evidente interés.
Parecía no tener edad; lo mismo podía ser de veinticinco que de sesenta años. Lo único que se conservaba fresco en ella eran los ojos, unos ojos que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia, y miraban de frente, con la serena confianza de la virgen fuerte.
Privadamente estos dos jóvenes, afines por carácter y temperamento, se miraban como hermanos, tenían una misma bolsa, comían en un mismo plato, y confundían en un común sentimiento sus pesares y alegrías. Desde la salida de Lázaro para su pueblo no se habían visto. Cuánto me alegro de que vengas acá! dijo Javier, abrazándole otra vez. Hacen falta jóvenes como tú.
Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto.
Mientras tanto, los ojos saltones de su camarada le miraban con tal expresión amenazadora que parecía que iban a brincar de las órbitas y lanzarse sobre él; crecían por momentos como los de una langosta. ¿Y por qué de patatas guisadas? Yo tengo tantos hígados como usted, ¡porra! y lo he probado en la acción de Orduña y en la de Unzá, y por algo tengo en mi casa seis cruces.
Hubo un largo silencio. Algunos contestaron con un leve «¡Tengui!» al saludo de la pareja, pero todos fingían no verla, y miraban a otra parte, como si los guardias careciesen de presencia real. El silencio penoso pareció molestar a los dos soldados. Vaya, sigan ustedes continuó el más viejo . Por nosotros que no pare la diversión.
Las gentes de la capital, al leer esto, se miraban aterradas, no encontrando en su atolondramiento palabras capaces de expresar su asombro. Los más locuaces sólo sabían decir: ¿Será posible?... ¿Será posible todo eso? La actitud del gobierno les hacía ver que era posible eso y aun algo más, que no decían los periódicos, pero que las gentes se comunicaban en voz baja.
Hubo tambien en el mismo sitio una justa de quince telas, que el Príncipe y Duque dispusieron para honrar la fiesta de su madre. De una tela á otra habia diez pasos: la una, como dice Alvar Garcia, era baldía, en la que miraban los caballeros; y la otra servia para justar, siendo ocho las en que se verificaba este egercicio.
Urquiola y doña Cristina se miraban escandalizados. ¿Y la caridad? gritó el abogado. ¿Y la sublime caridad de la moral cristiana? ¡La caridad! contestó el médico sonriendo con sarcasmo. Es el medio de sostener la pobreza, de fomentarla, haciéndola eterna.
Palabra del Dia
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