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Actualizado: 12 de julio de 2025
El centro de la nave lo ocupaba el piquete y la banda de música militar, en correcta formación. A ambos lados, filas de hombres, que miraban al techo o a las capillas laterales, como si no supiesen qué hacer de los ojos.
Eran sus razones cariñosas en demasía, y mucho mas quando ámbos se miraban. Memnon tomaba muy á pechos sus asuntos, y á cada instante crecia en él el anhelo de servir á tan hermosa y desdichada persona.
Las recortadas nubes oscuras hacían figuras extrañas, acomodándose al pensamiento o a la melancolía de los que las miraban, y cuando en las calles y en las casas era ya de noche, permanecía en aquella parte del cielo la claridad blanda, cola del día fugitivo, la cual lentamente también se iba.
Sin volver hacia ellas la cabeza, advertía que todas las costureras la miraban con el rabillo del ojo. Veía con el pensamiento el esbozo de sonrisa que se formaba en sus rostros. Todos los días pasaba igual. Antes de llegar Gonzalo, las costureras se complacían en dirigir, siempre que venía a cuento, alguna pulla a la novia. Cecilia, ¿cuál de estas camisas te vas a poner el día de la boda?
De pronto surgía la protesta, el cisma, la herejía. Ya habían hecho bastante de capellanes los que estaban en el altar. Debían ceder las casullas á los que miraban, para que, á su vez, ejerciesen el sagrado ministerio. Esto era lo tratado.
Más allá del nimbo de luz láctea en que iba envuelto el buque, extendían el mar y la noche el misterio de su obscuro azul punteado de fosforescencias de agua y fulgores siderales. Algunos miraban las estrellas, discutiendo sus nombres.
Miraban furtivamente el dorado paraíso de lo interior, y roídas por la envidia descargaban su indignación acuosa sobre la cabeza de los filósofos que escuchaban al descubierto.
«Hola, barbián dijo Santa Cruz sentándose y cogiendo al chico por ambas manos . Pues es guapo de veras. Lástima que no sea nuestro... No te apures, mujer, ya vendrá el verdadero Pituso, el legítimo, de los propios cosecheros o de la propia tía Javiera». Benigna y Ramón miraban a Jacinta.
A él mismo, que los trataba como hermanos de pobreza y muchas veces se exponía a que el amo le regañase por favorecerles, le miraban con odio, como si fuese un enemigo. Y sobre todo, eran holgazanes y había que azuzarlos como si fuesen esclavos.
En la escuela los muchachos le miraban como un ser superior que por bondad descendía a educarse entre ellos. Una plana bien garrapateada; una lección repetida de corrido, bastaban para que el maestro, que era del partido para cobrar el sueldo sin grandes retrasos, dijera con tono profético. Siga usted tan aplicado, señor de Brull. Usted está destinado a grandes cosas.
Palabra del Dia
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