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Tengo miedo que te resfríes... es necesario irse a dormir... ¿En seguida? , te lo ruego, vida mía. Bueno, me voy, papá. Dame antes un beso... y tomó a la niña entre sus rodillas. ¡Así me gustan las niñas!... ¿ me prometes ser siempre buena, es verdad? Te lo prometo. ¿Aun cuando yo no esté ya aquí... aun cuando esté fuera? ... pero, ¿por qué te vas, papá?

En una palabra, amiga mía dijo Amaranta dirigiéndose a doña Flora . Ante una persona tan de confianza como el Sr. D. Pedro, puede usted dejar a un lado el disimulo, confesando que las ternuras y patéticas declaraciones de este joven no le causan desagrado. Jesús, amiga mía exclamó mudando de color la dueña de la casa , ¿qué está usted diciendo?

quién es usted prosiguió don Modesto , tomo parte en sus contratiempos y le doy el parabién por su restablecimiento, y por haber caído en manos de los Alerzas, que son, a fe mía, unas buenas gentes; mi persona y mi casa están a la disposición de usted, para lo que guste mandar. Vivo en la plaza de la iglesia, quiero decir, de la Constitución, que es como ahora se llama.

Rousselot concede a nuestros místicos, y sobre todo a Santa Teresa, este gran valor psicológico: la compara con Descartes: dice que Leibnitz la admiraba; pero Rousselot niega casi la trascendencia, la virtud, la inspiración metafísica de la Santa. Puntos son estos tan difíciles, que ni son para tratados de ligera, ni por pluma tan mal cortada e inteligencia tan baja como la mía.

Y ¡por vida mía! que estas muchachas francesas valen un imperio. Mira esa moza del zagalejo azul. ¡Vaya un palmito! No es maravilla que el aspecto de la ciudad produjera profunda impresión en los que la contemplaban por vez primera. Rica, populosa, animadísima, Burdeos se hallaba entonces en su apogeo.

Lilí, enjugándose con ambas manitas los ojos, repetía sollozando: Aquí me quieren todos... todos... Las Madres y las niñas... Pero, hija mía, ¿acaso en tu casa no te quieren? exclamó Currita, poniéndose muy seria; y la niña, titubeando un momento, contestó con candorosa sencillez, cuyo alcance no supo medir sin duda: Ahora no está allí Paquito...

Lo que está bien, muy bien, y ya ves como lo bueno se te alaba, es que en público mantengas el severo continente que merece no menos elogios del público que tu palmito y buen talle. , hija mía interrumpió doña Águeda . Es necesario sacar partido de los dones que el Señor ha prodigado en ti a manos llenas. Ana se moría de vergüenza. Estos elogios eran el mayor martirio.

Amiga mía dijo doña Flora , ¡qué imprudente es usted! ¿No es verdad, Gabriel, que ha sido muy imprudente? ¡Ya lo creo; contarlo todo en sus propias barbas! Yo temblaba por ti, niñito, temiendo que te ensartara con el chafarote. La condesa nos ha comprometido afirmé con afectado enojo. Es un diablillo. Amiga mía dijo Amaranta , lo hice con la mayor inocencia.

Positivamente yo no quién es este señor, pero me guardo muy bien de decirlo así, porque temo entristecerlo. Tengo una idea le contesto . Su cara de usted no me es desconocida... Fíjese usted bien... Me fijo bien. ¿No ha visto usted nunca caras parecidas a la mía?

Era sin duda de Lázaro, y casi sabía punto por punto lo que había de decir. Pero su sorpresa fué grande cuando miró la firma y vió: Claudio. ¡Claudio! ¿quién es Claudio? exclamó con la mayor confusión. La carta decía así: "Ya te he devuelto, amiga mía, á ese joven prisionero á quien tanto quieres.