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No, hermana mía; es necesario que te resignes con gusto, agradecida al Señor, por el favor que me ha dispensado... Serás buena siempre, ¿no es verdad?... Consuela a papá... No olvides aquellas oraciones que te he dado, ni dejes de leer los libros que te dije... Ven a oír misa todos los días... Procura siempre ser formal y humilde... ¡Ah!, no; Martita no procuraría, no procuraría.

Dale la mano siguió diciendo mi tío ; tiene la cara franca, y aunque no le conozco apenas, creo que puedes fiarte de él. , yo también lo creo dije yo. La muchacha miraba a su padre y me miraba a con honda amargura. Alargó su mano, pequeña y callosa, que estreché un momento en la mía.

Dentro de una hora ese hombre habrá dejado de existir. Oyes, Alvaro, debías de legarme la Conchilla. No hay inconveniente repuso aquél arreglando sus cartas. Ya lo oyen ustedes, señores; la Conchilla es mía por testamento.... ¿Cómo se llama este testamento, León? Testamento nuncupativo dijo éste, que sabía algo de leyes por andar en pleito hacía tiempo con unos primos.

Sacome de allí, horro y sin costas, un bienhechor; pero diciéndome antes de sacarme, que si no le servia en lo que él había menester, volvería a meterme, y mía sería la culpa de lo que me sucediese.

Juanita se recobró pronto de su momentáneo abatimiento, y dijo: Mira, mamá, no me hables de las hijas del escribano. No las quiero mal. Si me miraban con descaro y con susto, fue de puro tontas. Pues, hija mía, no de qué habían de asustarse. En la menor no se reparaba, porque es tan chiquituela y consumida, que parece un gusarapo; pero la mayor bien llamativa estaba.

¿Qué tiene mi señora la duquesa, por vida mía, señora doña Rodríguez? -preguntó don Quijote.

Me resolví a confiar a Gabriela mis amores con Angelina. Así, pensaba yo me salvaré, y no podré decirle nunca que la amo. «Usted, amiga mía, amiga cariñosa, le diría usted sabrá, antes que nadie, que en la dicha de esa joven, que es y ha sido muy desgraciada, cifro todas mis ilusiones, ¡todas mis esperanzas!

Antes que él pudiera decir algo, Isidora prosiguió de este modo: «Me fastidia usted con su preguntar, con su entremeterse en todo, con sus cuidados tontos...». Cada palabra era como un golpe de maza en el bondadoso corazón de Relimpio, el cual, a punto de romper a llorar, se incorporó en el macizo lecho y habló así: «Hija mía, yo te quiero más que a las niñas de mis ojos.

Si no la veo hace mil años.... Esa fresa es mía exclamó arrebatando una que Amparo llevaba a sus labios. Ella se la dejó robar, confusa, ruborizada y satisfecha. ¿Y a su casa... tampoco va usted? Tampoco... no seas celosa, chica. ¿Por qué hemos de hablar siempre de la de García, y no de ti? ¡De nosotros! añadió con expresión de contenida vehemencia.

No era difícil respondió. Eres tan misteriosa, pobre hija mía, que llevas el secreto escrito en la frente... ¡Dios mío! y yo que apenas lo sabía... Sin Francisca, no lo hubiera sospechado siquiera... Dichosa inocencia exclamó la abuela riéndose.