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Adiós, y piensa que ya eres mía. Ahora cuando quieras nos veremos para convenir lo que más te agrade.

¡Ya lo creo! ¡Y vaya si le conozco! dijo el Comendador recordando á su antiguo adversario y víctima de la niñez. Pero entonces, ¿quién es Clori? añadió en seguida. Clori es una linda señorita, muy amiga mía. Su madre vive con gran recogimiento y no sale ni deja salir á su hija de noche.

Su hermano D. Carlos vivía en una casa de trapo viejo. ¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras.... Yo también me buscaré una casa de trapo viejo. Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar. Miá ... yo tengo pensado irme derecho a una barbería.... Yo me pinto solo para rapar.... ¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios!

Te he olvidado un instante, ¡pero un instante nada más! ¡Por piedad! ¡No me niegues tu cariño!... ¡Mira que sólo vivo para , para , Linilla mía! No paré mientes en la música. Cuando dejó de sonar el piano advertí que Gabriela estaba cerca de . ¡Qué de noticias interesantes traerán los periódicos, Rodolfo, cuando abismado en la lectura no ha oído usted la sonata aquella...!

Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.

Siguen los cacharritos... No pongamos los botones de hueso al lado de los de metal: separemos igualmente los de hueso de los de madera, no sea que riñan. En todas partes hay clases, hija mía... Así... Ahora coloquemos estos líos de trapos a un ladito, para, que no se junten con las flores artificiales, no sea que tengan envidia de ellas y se echen a reñir.

Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea. ¿Y madre? Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre.... Bien; tráeme el café, hija mía.

Mia ésta... ¿Pues qué querías , seguir gozando y divirtiéndote por allá? ¿Y Dios? ¡Dios!... francamente, no me gusta, por consideraciones que se deben a toda gran idea histórica, no me gusta, digo, hablar mal de

Más de agradecer es esto que los donativos que hacen otras... quedándose muy abrigaditas en sus camas... porque esta es la verdadera caridad que sale del corazón... En fin, veo que su modestia se ofende, amiga mía, y no quiero sacarle a usted los colores a la cara. Gracias, gracias».

Pocas palabras tengo que decirle, pues bien creo que me comprenderá sin necesidad de prolijas explicaciones. Usted ha prometido al doctor Avrigny velar por su sobrina y ser para ella consejero fiel, guía y hermano, ¿no es así? , señor, y espero cumplir mis promesas. Entonces, su reputación será para usted, no sólo respetable, sino muy preciosa. Más que la mía propia, señor conde.