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No, hija, has acudido tarde... ¡Te he estado metiendo la indulgencia por los ojos, sin que la quisieras ver, y ahora que te ahogas, vienes a ...! ¡Ay!, no puedo, no puedo. Y sin decir más, se fue a la cocina, pensando que toda severidad era poco contra aquella mujer, y que convenía aterrorizarla, a ver si se sometía al fin de una manera absoluta. Pronto se hizo de noche.

Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las fué metiendo en un cestillo de mimbre. Temblaba de emoción. Iba á pasar entre los curiosos sosteniendo contra su pecho el tesoro, lo mismo que otras noches había visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. ¡Qué valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos como pianista!... Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.

Anoche parecía resuelto o poco menos a una solución pacífica, se contentaba con que usted desapareciera; y hoy, cuando fui a verle me encontré al señor de Ronzal, que está presente, al lado del lecho de mi amigo». Ronzal saludó. Mesía se había puesto muy pálido. Estaba metiendo ropa blanca en un mundo y suspendió la tarea. De modo que... Que tiene usted que buscar padrinos.

El frío se le iba metiendo por los huesos; el hambre le producía un fuerte dolor en el estómago.

Las Conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y una de ellas especialmente, llamada que, era el mismo enemigo y á todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía á un señor Sustantivo con un señor Verbo, y á veces trastornaba lo que éste decía, variando completamente el sentido.

Hay que salir de aquí gritó Bernardino, como un energúmeno. Ya debía haberlo usted hecho contestó Casilda. Gregoria, demudada, metiendo las manos por los ojos de la hermana, exclamó: ¡Nos iremos, , y no hemos de vernos jamás, jamás y jamás!

Idos que fueron los caciques á sus tierras, aquel año que los tales caciques habian destar en sus tierras é Inca Yupanqui, mediante este tiempo, que no tuviese que hacer, tomó por ejercicio de irse á cazar, lo cual hacia los más de los dias; y otros dias se andaba por la ciudad mirándola y el sitio della, imaginando él en la órden que le habia de dar y el edificio é reedificacion que en ella pensaba hacer, como viese que aquellos dos arroyos que la ciudad tomaban en medio, que eran gran perjuicio en ella; porque, como las lluvias viniesen cada año, ellos venian de avenida, é como ansí viniesen siempre, comian la tierra y se iban ensanchando y metiendo por la ciudad, y via que aquello era perjuicio para la ciudad y para los moradores della, y que para hacer sus edificios y casas que en ella pensaba edificar, que era necesario reparar primero las veras de aquellos dos arroyos, y que éstos reparados, podria edificar todo cualquier edificio sin temor que las tales avenidas se los desluciesen.

Simón bueno y sano, que apenas puesto el pie en tierra volvía á las andadas. Iban á precipitarse en su busca, á llamarle á gritos, cuando oyeron otra voz que partía de la ventana. ¿Qué ocurre, Simón? decía. Si me necesitas, no pido cosa mejor que empuñar la espada y desentumecer un poco el brazo, metiendo en cintura al primero que se desmande y nos busque pendencia, aunque sea en tierra propia.

Luego dirigió su atención al tocador de la hermana; fue viendo uno por uno los botes que en él había, metiendo en todos las narices y diciendo «¡qué bueno!» o «¡qué rico!». Se puso pomada, se perfumó con esencias y se lavó las manos, sonriendo de gusto al ver cómo se deslizaban dedos sobre dedos al suave resbalar del jabón.

Sardiola, entretanto, metiendo la mano en el bolsillo de su chaleco, sacó una mediana faca, de picar tabaco sin duda, y la arrojó a los pies de su adversario. Tome usted dijo con ese garbo caballeresco que tan frecuentemente se halla en la plebe española... a me ha dado Dios buenos puños.