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¡A ver!... Déjenme sentar a también les dijo Melchor, quiero verles las caras. La pareja unida se corrió hacia un lado, dejando sitio junto al paisano; pero Melchor le dijo a éste, metiendo el cabo de su rebenque entre él y su compañera: No, yo en el medio.

¡No te acerques á la Parda, que es muy traidora! ¡Veréis, veréis la Garbosa cómo empieza á hacer de las suyas; ya le está metiendo los cuernos por el vientre á la Salia! Y no sólo los pequeños, sino también los grandes de la aldea rodeaban el rebaño y daban su opinión con voz sorda y ademán recogido y suficiente, no á gritos descompasados como la plebe menuda.

Y metiendo la mano en el bolsillo saqué cinco pesos de la antigua moneda y le di.

El frío se le iba metiendo por los huesos; el hambre le producía un fuerte dolor en el estómago.

Hombre añadió el fiscal repantigándose en su silla y metiendo los pulgares por las sisas del chaleco : un Alejandro que tiene por hermanos a un Héctor y un Aquiles, no puede ni debe ser otro de menor talla que el de Macedonia, el Magno, que llamamos la Historia y yo. Además, según mis noticias, es tuerto como su ilustre padre, el jumista Filipo. Otro rasgo de familia...

La florista se replegó también en el interior de su garita, y metiendo consigo los tiestos y manojos de siemprevivas, se puso a tejer coronas para niños muertos.

El estreno feliz de su drama fue una verdadera desgracia para Tristán. Los reparos que algunos críticos pusieron a la obra, particularmente los del famoso Leporello, le hirieron como graves injurias. Además, esperando fundadamente que permaneciese mucho tiempo en el cartel, la empresa, atendidas ciertas circunstancias de renovación de abono, la retiró después de la quince representación. Fue un golpe mortal para su amor propio. Desde luego sospechó que la mano de Estévanez, del traidor Estévanez había intervenido en este asunto. Así que vio que comenzaban los ensayos de un drama de éste ya no le cupo duda alguna. Un odio frenético prendió en su corazón. Para desahogarlo un poco comenzó a asistir a las tertulias literarias de los cafés y cervecerías, con predilección a una que se reunía por las noches en un rincón del café de Fornos. Allí, sobre aquellas dos mesas de mármol pegadas, se hacía diariamente la disección en vivo de los escritores de más nota. Naturalmente Estévanez, en su calidad de astro de primera magnitud, era quien más a menudo ofrecía sus carnes palpitantes al estudio de aquellos jóvenes anatómicos. Tristán gozaba voluptuosidades desconocidas metiendo en ellas el bisturí de su lengua. Sus aptitudes quirúrgicas se desenvolvieron prodigiosamente con el ejercicio.

Instalose el señor Rosendo en su alto trípode de madera ante la llama chisporroteadora y crepitante ya, y metiendo en el fuego las magnas tenazas, dio principio a la operación.

Algunas señoras se llevaban a los ojos una punta del guante, y en el paraíso, un vejete lloriqueaba metiendo la nariz en el embozo de la capa para sofocar sus gemidos. Los vecinos se reían. ¡Vamos hombre, que no era para tanto! La representación seguía su curso en medio de los ecos del entusiasmo. Ahora el heraldo invitaba a los presentes, por si alguno quería defender a Elsa. Bueno, adelante.

Por dentro tal vez pensará otras cosas, pero no se atreve á contradecir á su Cristina, á darla un disgusto, metiendo en cintura á ese atrevidillo... Yo creo que debías ir á verle. ¿Yo?... No me ha llamado. Además, no me tienta ese cuadro de familia: allí no hago yo falta. , hombre, debes ir. Pepe desea verte: siempre que voy me pregunta por . No te llama... ¿qué yo por qué?