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¡Felices ellas! exclamó Petra. Ese es un panegírico bien sentido... En un día de Santa Catalina era obligatorio, repuso Francisca. Y por cierto que han olvidado ustedes el citar a esta pobre santa entre las ilustres solteronas... Tengo una vaga idea de que fue una filósofa distinguida. Y una mártir incomparable añadió la Melanval santiguándose. ¡Buena Santa Catalina!...

Jamás... Se va el dinero de las manos sin echarlo de ver. Entonces replicó la Melanval un poco extrañada no queda nada que sacrificar, pues la respetabilidad es necesaria. Como no sea el físico... Me es indispensable respondió sencillamente Petra. ¡Bah! ya irá usted rebajando, hija mía dijo la abuela con su dulce filosofía. Y quiera Dios que no sea tarde suspiró pensando en el teniente Cotorrac.

, señora respondió Francisca, en el último fondo, en el sitio que no se ve ni se oye, es buena y dulce como el azúcar. Niña cruel dijo la abuela encogiéndose de hombros. Lo cierto es siguió diciendo la Melanval, que la mayor parte de nuestras obras tienen como presidentas o como fundadoras mujeres solteras... Sería imposible hacer una lista...

Yo deseo el nombre, la familia, la fortuna, la respetabilidad, las relaciones y un físico agradable. ¡Mucho es eso! exclamó la Melanval. Tengo veinte mil pesos de dote... Es poco hizo constar la Melanval. Hagamos un pequeño sacrificio... ¿El nombre? Imposible... ¿Un matrimonio desigual?... Horror... La familia va con el nombre. ¿La fortuna?...

No, no, voy a decir tonterías... No me llamen ustedes a su lado. respondió mi querida abuela con indulgencia. Estando prevenidas no nos asustaremos. , , vengan ustedes, señoritas insistió la Melanval, la presidenta de las presidentas... Tengo justamente una nueva obra que presentarles... ¡Ah! exclamó Francisca precipitándose de un salto a la silla que le indicaba la abuela a su lado.

No veo la dificultad dijo Francisca disimulando un bostezo. No hay más que coger la nomenclatura de los premios de virtud en la Academia; eso no puede servir de base. Detestable burlona murmuró la Melanval contrariada. Y añadió dirigiéndose a la Fontane: creo que hay que convenir entre nosotras que si todas las mujeres de bien no son solteras, en cambio todas las solteras son mujeres de bien.

Los pretendientes toman miedo a las mujeres que les llevarían tan graves motivos de alarma.... Además, hay que tener en cuenta las presunciones de las muchachas que se estiman en un alto valor, siendo así que... Que no valen gran cosa... concluyó Petra. Me reconozco a mi vez... Mea máxima culpa... ¿Para qué tantas pretensiones? preguntó la Melanval. Es muy sencillo respondió Petra.

Llegaron después la señorita Fontane, encantadora solterona por convicción; la señorita Melanval, presidenta de no cuántas asociaciones y ligas, y cuya única ocupación consiste en apuntar en una cartera los nombres de las nuevas adherentes a sus queridas obras; la señora Roubinet, de buena conversación, muy farsante y demasiado ocupada en procurar su efecto personal para pensar mucho en los demás, con lo que va ganando una sólida reputación de benevolencia que nadie piensa en discutir.

¡Ay! respondió la aludida, mis pretendientes no cesan de correr... Señorita dijo yendo a arrodillarse delante de la Melanval, ¿no tiene usted una liga por pequeña que sea, que se ocupe de las jóvenes casaderas?... Si no la hay debiera haberla... Sería cien veces más útil terminó levantándose, que todas esas ligas que fastidian a todo el mundo...

Y bien, ¿por qué no educar a las jóvenes con arreglo a este nuevo estado de cosas? exclamó la Melanval. Es verdad respondió el cura. Últimamente he leído un artículo de Marcel Prevost... ¡Oh! balbució la Melanval con espanto. Usted lee a Marcel Prevost... ¡Los canónigos leen, pues, a Marcel Prevost! murmuró Francisca con una apariencia de ingenuidad que no engañó a nadie.