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Con lo cual dicho se está que D.ª Fredes era para Martínez el más profundo de los críticos actuales. Era igualmente tertulio un profesor de flauta que había compuesto y publicado varias tandas de valses, una de las cuales había tenido el honor de dedicar a aquella señora. No quedaba sin representación, pues, más que la escultura. Por eso Mario fue acogido con extraordinaria benevolencia.

Y los celosos desconfían de todo, y aun en el mismo sol ven sombras. El padre Aliaga hizo por lo mismo prender al cocinero mayor. Porque tenía celos. De modo que, el mísero de Francisco Martínez Montiño, estaba constantemente pagando pecados de otros.

Llevo dos galones, siendo un extranjero... Además, no puedo olvidar el momento en que me llamó mi coronel, una semana antes de que lo matasen: «Martínez, el general me ha dado cuatro cruces de la Legión de Honor para nuestra Legión. Una es tuya.» Y me la puso en el pecho frente á todo un batallón de hombres valerosos que presentaban sus armas. Esto no puede olvidarse: llena una vida. Así era.

Al otro día, los periódicos ministeriales de la mañana rompían al fin la estudiada reserva que se habían impuesto, y uno de ellos, La España con Honra, publicaba un pequeño suelto en que se veía la manaza de Martínez levantando la punta del velo que encubría el suceso, con esa táctica refinada de la malicia que, sin necesidad de nombrar, designa señalando con el dedo.

Llegaron las nuevas de estos desmanes al rei don Juan I.º, el cual no halló otro arbitrio para poner freno á aquella canalla bulliciosa que enviar cartas al dean i cabildo de la Santa Iglesia, encareciéndoles la necesidad de meter en pretina al arcediano don Fernando Martinez, autor con sus palabras tan fuera de razon i cordura, de aquellos males i alteraciones.

Viniendo ya al año 1790 tenemos á la vista una certificación expedida en papel del sello 4.º por Juan Martínez, secretario del Arte Mayor de la seda, de la cual consta que en dicho año se mandó hacer por Don José Jerónimo de Espejo Veedor Presidente de dicho Arte, calaycata de los telares que había en esta ciudad, con distinción de las clases de tejidos, la cual se hizo en 12 y 13 de Marzo del mencionado, año.

A las cinco de la tarde llegó el chasque que se esperaba, con las cartas de nuestro Capitan General, en las que ordenaba se incorporase la compañía de la frontera del Salto á dicho cuerpo. Dia 3. A las ocho de la mañana llegó el Sargento Mayor D. Pascual Martinez con 66 hombres, y en su compañía venia la de dicha frontera del Salto, mandada por su alferez.

Un ronquido continuo, un estertor de pobre bestia agonizante salía de su boca espumosa. En el cuerpo inmóvil, la única manifestación de vida era aquel aullido repitiéndose con una regularidad cronométrica, sin cambiar de tono. Los oficiales abandonaban á sus compañeras para meterse en el centro del corro. Al reconocer á Martínez, su sorpresa tomaba una expresión acariciante y fraternal.

Se había ido á París; esto era lo único cierto. En cambio, el infortunio de Martínez le hizo canturrear alegremente, y este regocijo engañó al coronel. Lo que yo digo: Su Alteza debe salir y ver gentes. Tenía la seguridad de que el paseo de hoy daría buen resultado. Al día siguiente, el príncipe aún tuvo una sorpresa más grata.

Sandoval quiso marcharse con los versos, pero el autor todavía le dió otra orden. Mañana escriba á máquina un anónimo para la persona que usted sabe, y dígale que El caballero de la ardiente mirada y el general Martínez son una misma persona.