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D. Luis Fernández de Córdova, militar brillantísimo, pasaba, cuando vino de Berlín para encargarse de la embajada de Portugal, largas horas en casa de Genara. También iban, aunque no con mucha frecuencia, D. Francisco Javier de Burgos y Martínez de la Rosa. Era de los asiduos un joven oficial granadino llamado Narváez, muy vivo de genio, ceceoso, pendenciero y expeditivo.

No, yo no quiero vengarme... si yo recuperara mi dinero... ¿Quién es ese? dijo la Dorotea escandalizándose de que un hombre en tales circunstancias se acordase de otra cosa que de vengarse, y perdiendo de todo punto el miramiento al cocinero mayor. Es Francisco Martínez Montiño dijo el bufón. ¡Cómo! ¡su tío! ¿Tío de quién? exclamó el cocinero... De Juan Montiño.

Buscó con la vista a Martínez y viole a diez pasos de distancia, con la cabezota ladeada, apoyado en su garrote, y su risa de paleto sobre los labios, recibiendo también sus homenajes. Un grupo de palaciegos le rodeaba, oprimiéndose y estrujándose por estrechar su velluda manaza entre las suyas finas y enguantadas, al compás de previsoras lisonjas.

5 Chico Baturí, y siempre es culpa la desdicha, de D. Antonio de Huerta, D. Jerónimo Cáncer y D. Pedro Rosete. 6 Mejor está que estaba, de D. Pedro Calderón. 7 San Franco de Sena, de D. Agustín Moreto. 8 El Hamete de Toledo, de Belmonte y D. Antonio Martínez. 9 La renegada de Valladolid, de Luis de Belmonte y de D. Antonio Bermúdez. 10 Luis Pérez el Gallego, de D. Pedro Calderón.

Lo que comenzó a guisa de vulgar conquista, iba transformándose en drama psicológico, sin puñalada, pistoletazo, ni catástrofe, pero muy serio: acaso con su catástrofe y todo, porque ¿quién era capaz de prever las complicaciones a que podría dar ocasión el odioso Martínez?

D. Pedro Valerio Albano, se dijo: Que se conformaba en todas sus partes con el voto del Sr. D. Cornelio Saavedra. Por el Sr. D. Juan Fernandez Molina, se dijo: Que reproducia el voto del Sr. D. Martin de Ochoteco. Por el Sr. D. Pedro Martinez Fernandez, se dijo: Que reproducía el voto del Sr. Dr. D. Bernardo de la Colina. Por el Sr.

No hacia ocho años que D. Lope de Sandoval, siendo chantre, habia tomado posesion de su canonicato á mano armada, y ahora era ya dean. ¿Se tratará quizás de dos prebendados del mismo nombre? Pedro Martinez de Osma era catedrático muy afamado de la universidad de Salamanca, y el papa Sixto IV, movido de su gran sabiduría y virtud, le habia dado aquel canonicato.

El viejo Martínez, después de retirado del comercio, había tenido quiebras en su fortuna, consistente en acciones de una fábrica de pólvora que sufrieron depreciación, y en valores del Estado. Sólo les dejó una renta de siete a ocho mil pesetas. Con ella vivían los tres con economía, pero sin faltarles lo necesario, en un cuarto segundo de la calle de Gravina.

Al volverse vió que quien había entrado en su celda no era el bufón, sino el cocinero del rey. Francisco Martínez Montiño venía mojado completamente. Su capa goteaba, ó por mejor decir, chorreaba la lluvia que había empapado sobre la estera de la celda. Era una de esas tardes lóbregas, en que parece que la Naturaleza, sobrecogida por un dolor silencioso, se cubre con un velo y llora.

Cuando V. Magd. mandare dar algún vestido a Alonso Martínez, que no le tiene si no es en este caso, me parece que podrá ser de terciopelo o paño de las calidades referidas arriba, y también las espadas, cuyo precio no ha de exceder de 120 reales, como queda dicho.