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Actualizado: 17 de junio de 2025
Al llegar ante el Círculo Rojo instaló la banda sus atriles, en el centro del corro que aumentaba; y previas algunas palabras en voz baja y un golpe de batuta, rasgó los aires el bullanguero himno que todo español conoce y ama o detesta. Del concurso partieron gritos. ¡Himno de Garibaldi! ¡Marsellesa, Marsellesa! contestó un grupo más compacto.
Después se esforzó por reconstruir mentalmente su diálogo con don Juan, y le pareció que había dado prueba de buen gusto censurando el exagerado atavío gitanesco. Por último, pensó que otros trajes y otros papeles le sentarían mejor: por ejemplo, el de la Princesa de Pan y Toros, el de la Magdalena de La Marsellesa, el de Aurora en Luz y sombra. Sí, sí; zarzuela seria. Y se durmió.
Dan testimonio de todo esto las crónicas y memorias de la época. Pero ¿para qué ir tan lejos? No hemos sido testigos del poder mágico de la Marsellesa en nuestros días? ¡Cuántas victorias, cuántos valientes de menos contaría el pueblo francés, sin ese canto bélico que ha dado la vuelta al mundo!
El entusiasmo les hacía feroces; creían que era el mismo gobierno lo que quemaban al son de la Marsellesa, y los industriales soñaban despiertos en la rebaja de la contribución; los de las blusas blancas en la supresión de los Consumos y el impuesto sobre el vino, y las mujeres, enternecidas y casi llorosas, en que acabarían para siempre las quintas.
La Marsellesa atruena el aire. ¡Adiós, mi pasión por ese canto de guerra palpitante de entusiasmo, símbolo de la más profunda sacudida del rebaño humano! ¡Me persigue, me aturde, me penetra, me desespera! Tomo la primer calle lateral y marcho durante diez minutos con rapidez. El ruido se va alejando, la calma vuelve, hay un calor sofocante, pero respiro libremente bajo el silencio.
Un grupo de mozalbetes hizo montar á la vieja sobre uno de estos cañones, como si fuese un carro triunfal, arrastrando la pieza de artillería por las calles inmediatas. Ella, con los blancos cabellos en desorden, elevaba los brazos cantando la Marsellesa. La muchedumbre la saludaba con aplausos. Nadie sabía quién era, pero su paso iba despertando la veneración instintiva que infunde la ancianidad.
¡Sí, la Marsellesa... venga laMarsellesa! repitieron miles de voces con expresión amenazante, como si alguien se negase por anticipado a sus exigencias. Los músicos, que enfundaban sus instrumentos, miraron asustados al amenazador gentío. Intentaban negarse; pero el pensamiento de que quedaban piedras en el callejón desvaneció sus propósitos de resistencia.
¡Y qué chistosamente cursis resultaban siempre aquellos demócratas!... ¿Pues no se les había ocurrido lo primero ir a darle una serenata al interesantísimo don Emilio tocando la Marsellesa?... ¡Ah! ça ira, ça ira, ça ira... Celui que s'élève on l'abaissera. Celui que s'abaisse on l'élèvera. ¡Ah! ça ira, ça ira, ça ira... ¡Qué delicia! exclamó Currita . ¿Y no les echó él un discursito?
La Cámara de Diputados: Gambetta. El Senado: Simon y Pelletán. El 14 de Julio en París. La revista militar: M. Grévy. Las plazas y las calles por la noche. La Marsellesa. La sesión anual del Instituto. M. Renán. A mi vez, pero con toda tranquilidad, tomo el tren una linda mañana, y empezamos a correr por aquellos campos admirables.
Como si hubiese aguardado este momento de impunidad, una voz estentórea surgió de la última cubierta con acompañamiento de ruidosas carcajadas. «¡Hasta luego! ¡Pronto nos veremos en París!» Y la banda de música, la misma banda que trece días antes había asombrado á Desnoyers con su inesperada Marsellesa, rompió á tocar una marcha guerrera del tiempo de Federico el Grande, una marcha de granaderos con acompañamiento de trompetas.
Palabra del Dia
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